La lucha de clases no existe en España
Es que aquí ya han ganado los de clase alta desde toda la vida.
Las publicidades dicen que el gobierno actual (pro-comunista) tira el dinero dándoselo a los pobres, pero será el dinero de sobra, porque el grueso va para los ricos, como es natural. Por eso son ricos, ¿no? A las grandes empresas y diversos socios de la clase política. Ahí van todas las subvenciones, contratos públicos, líneas de crédito, recalificaciones de terreno, etc. Para esto da lo mismo ser socialista que popular. Qué risa de apelativos...
A los pobres les bajan el precio del metro y ya se sienten recompensados. Es un ahorro de 150 € al año, por ejemplo. Pero resulta que 150 € anuales es lo que vas a gastar de más solo en aceite, leche y pan.
Esto es así: tiene que haber un gran número de pringaos a los que les dé igual palmar 1000 € al año (por poner una cifra), para que se lo repartan entre unos pocos. En este país, 40 mil millones de € anuales gratis, a repartir. No es mucho, pero es al fin y al cabo dinero gratis que procede directamente de la cartera de un pringao. El resto se roba de territorio, servicios, arrendamienetos, favores, oportunidades, etc.
Hace no tanto, un poco antes del año 2000, fui repartidor ocasional de lisonjas comestibles en la cadena de pastelerías Mallorca. Se pagaba mal, teniendo en cuenta que eran fechas señaladas y que el transporte no estaba remunerado. A veces ibas a pie, otras en metro o en bus. No existían los GPS, los patinetes eléctricos ni nada por el estilo, y a veces te tocaba llevar a pulso un pollo gordo (o poularde, como les gustaba llamarlo) en una pesada fuente de barro. Recuerdo con especial devoción un edificio en la madrileña calle de Juan Bravo, cerca de Velázquez. Ya era noche cerrada y había uno igual de pringao que yo haciendo las veces de portero en la casa. Estaba en una diminuta garita que había subiendo unas suntuosas escaleras alfombradas. A punto estaba ya de alcanzar el ascensor, para poder librarme del puto pollo, cuando el tipo salió, chistante y amenazante. Me hizo retroceder escaleras abajo y, rodeando por una portezuela, llegué a otro ascensor, que resultaba ser el del "servicio". Yo no era ningún alborotador, ni filósofo, ni nada. Subí por allí y entré a la casa por la puerta de la cocina. Estas casas elegantes tienen puertas traseras para todo lo indecoroso, como la gente del servicio. Me abrió una señora filipina (?) disfrazada de criada y fue a llamar a la señora (la dueña) de la casa. El resto de la anécdota es perfectamente vulgar: entregué el pollo (con gran alivio) y fui recompensado con un euro de propina.
Quería hacer hincapié en el personaje del portero, un puto pringado como yo, y el mayor defensor del estatus, autoritario y condescendiente. ¿Por la pasta? Lo dudo. Incluso mi vieja, que no era nadie, le bajaba una botella de anís al portero a modo de felicitación navideña. Creo que lo hacía más para quitarla de enmedio y que no se la trincara mi viejo (la botella). Yo no sé qué harían con tanto alcohol los porteros de aquellos tiempos. Supongo que se jodían el hígado con las sobras de las cestas navideñas ajenas, porque me consta que se les atizaba lo que a uno no le gustaba, sobre todo botellas de cava brut nature de la marca de la Pitusa o brandys Carlos II, que ya se sabe que era un rey pocho.
Yo, un pringao. El portero, un pringao. Y los que vivían en aquel edificio, también unos pringaos, todos nosotros distribuidos en una pequeña escalera social ascendente, en la que el próximo escalón era inalcanzable para cualquiera de nosotros.
Con portero y una criada filipina se vive mejor, argumentarán algunos. Pues para vosotros, a mí no me interesa.
Comentarios
Publicar un comentario