El Confidencial RIP
El medio informativo denominado El Confidencial está muerto para mí y voy a explicar el porqué: porque no se puede agradar a todo el mundo y cuando se han transgredido los límites muchas veces, en ocasiones resulta interesante, pero hay ciertos límites que son sagrados.
Este medio tiene algunos puntos interesantes, como que en ocasiones da voz a ideólogos con ideas más progresistas, aun estando al servicio del capital o, mejor dicho, de los interesados en el capital. Yo, la verdad, es que no conozco otros periódicos. Siempre he huído de ellos y me aficioné a echar un ojo a El Confidencial porque un amigo mío escribía allí de vez en cuando.
En lo político, parece de corte liberal (liberal del de ahora) y bastante pro PP, aplaudiendo todas sus ocurrencias y criticando con blandura sus deslices, con una amable mano paternal.
Luego resulta curiosa la cantidad de espacio que dedican a pregonar noticias sobre empresas y negocios completamente desconocidos para mí. Es de suponer que la base de sus lectores forme parte de ese ecosistema de multinacionales, consultoras, despachos de abogados, constructoras y demás. El fichaje de tal directivo o la deposición de tal otro, ocupa tanto o más espacio que cualquier noticia de relevancia nacional.
El amarillismo de temporada es característico de cualquier periódico (covid, guerras, etc.), así que por esa parte nada que objetar: si vende periódicos, cada cual sabe ser crítico con lo que lee, basta con esquivar las tonterías.
La calidad de los contenidos de una gran cantidad de artículos es ínfima, misérrima. He llegado a leer noticias consistentes en que tal persona ha comentado nosequé en un tuit, sin dar más explicaciones ni aportar nada. Otras veces se hacen traducciones a capón de temas científicos de interés general, pero solo comprensibles por especialistas (sobre todo de temas físicos y matemáticos).
La calidad formal es también bastante pedestre. Hay noticias sin interés aparente (serán de pago, supongo) que permanecen semanas en portada. El nivel de erratas es alarmante, hasta el punto de que nunca he leído un artículo sin faltas ortotipográficas. Algunos escritos están sacados directamente del cubo de la basura del castellano: sin comas, incoherentes, con frases repetidas o con frases que parecen haber desaparecido...
Todo esto, por lo visto, también es bastante común en la prensa digital. Los lectores suelen insultar al autor tranquilamente o propinarle calificativos como becario.
Aquí ya vamos llegando a la cuestión que me catapulta fuera de la esfera de sus lectores influyentes. En El Confidencial hay una ristra de reglas y recomendaciones para todos aquellos que quieran participar en la sección de comentarios. Estas reglas no se cumplen o, mejor dicho, El Confidencial no hace nada por asegurar su cumplimiento. A diario, durante varios años, he leído todo tipo de insultos y faltas de respeto hacia los autores de los artículos, hacia los otros lectores y, especialmente, hacia las personas o cuestiones tratadas en el artículo.
Las controversias entre lectores no dejan de ser graciosas (aunque aburridísimas), ya que solo se lanzan estocadas entre ellos. Es lamentable observar la calidad personal de muchos de los lectores influyentes, pero al fin y al cabo se pelean entre ellos, y uno puede asistir atónito a la contienda o, harto de tanta estulticia, abandonar la lectura de opiniones de otros lectores (cosa que debería ser muy interesante pero que, por lo expuesto, resulta traumático y, en fin, lo contrario de interesante).
Cuando se falta el respecto al autor del artículo, ya me parece que algo huele a chamusquina. Está bien cargar contra las faltas de ortografía o apuntar que hay datos erróneos, sucesos mal documentados, etc. Pero insultar no está bien, porque nada se saca del insulto. El único que se beneficia es el descalificador, que se queda a gusto para un rato, o a lo mejor no, y se va a insultar a otra gente en internet, siempre de manera anónima, por supuesto. En ocasiones son auténticas jaurías de insultadores impunes. Sé que hay autores que se lo toman con filosofía. Piensan seguramente que cuanto más revuelo haya, más se parecen ellos a estrellas de rock. Mi opinión es muy distinta. Creo que debe haber reglas que favorezcan el debate. En caso contrario, no existe debate. Es muy enriquecedor leer las opiniones y puntos de vista de otros lectores, cuando eso sucede. Cuando empieza el insulto, se acaba la diversión. Puedo asegurar que todas y cada una de las escenas son iguales entre ellas. Te puede hacer gracia la primera vez, la segunda ya no (por no hablar de la trillonésima).
Por finalizar, cuando se falta el respeto a las personas de las que se habla en el artículo, que además no tienen modo de defenderse, es imperdonable. No se puede concebir la cantidad de atrocidades que pueden llegar a decirse por falta de conocimiento, por arrogancia, por ignorancia y, en ocasiones, por el puro gusto de causar daño. Es especialmente horrible cuando se habla de gente que está sufriendo mucho dolor o injusticias. Al parecer, no hay límites. Todo esto está avalado por la política de impunidad instaurada en El Confidencial. Entre sus políticas escritas se dice que esto no debería suceder, pero en la práctica sucede continuamente. No le prestan ni la más mínima atención a estos asuntos, del mismo modo, supongo, que no hacen revisiones ortotipográficas de sus artículos.
Un día leí dos cabronadas bien grandes, escritas por dos lectores influyentes, y me parecieron tan brutales que las denuncié in situ y utilicé por primera vez el inútil botón de Denunciar que existe junto a cada comentario. Luego esperé un tiempo prudencial (supongo que les llegarán muchas denuncias diariamente). Diez días.
Ahora se ha cumplido el plazo que me fijé y todo sigue igual. No tengo más remedio que decirle a El Confidencial au revoire, Voltaire. No soy ninguna pérdida para ellos, eso lo tengo claro, pero cada uno debe estar en su lugar, ellos en el suyo y yo en el mío. Vuelvo al remanso de paz de no leer noticias, del que nunca debí haber salido.
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