El orden mundial

Imaginemos que tenemos diez pares de zapatos y que cada día cogemos para salir a la calle los que están más cerca de la puerta. Inevitablemente, los más cercanos se estropearían antes de haber incluso estrenado los primeros.

Imaginemos que en este país se reparten a diario 300 mil euros, a cada uno 10 euros por cada letra que haya en su nombre y apellidos, incluyendo espacios en blanco, y que empieza a repartirse según el apellido de la población, en orden alfabético. Uno de los primeros en recibir se llama José Antonio Aguilar Rodríguez-Cuscurros, y cada día se lleva 120 €. Cada año, José Antonio se lleva 146.000 €, excepto los años bisiestos, que son 146.400 €. Un amigo mío, de apellido Vidal, jamás se verá beneficiado de este reparto.

Ahora pongamos por caso que en lugar de dinero, se administran cada día 1.000 dosis de veneno a cada ciudadano, en el mismo orden antes expresado. Pronto pasarán a mejor vida los Alonso, los Álvarez, Bravo, Caballero, Castro, Domínguez, Fernández, García... En este caso, mi amigo Vidal podrá envejecer a gusto, ya que pasarán unos cien años hasta que llegue su turno.

En el camino se irá perdiendo un grupo de genes. Incluso puede que cuando vayan muriendo los Hernández ya nadie quiera entablar relaciones con los Iglesias o los López, porque les quedará poco tiempo de vida. Si haces planes de futuro para tu empresa o para tu vida familiar, preferirás a un Rodríguez o a un Soler. Los Vizcaíno y los Zúñiga estarán cotizadísimos, sobre todo los varones, en un país donde el primer apellido por costumbre lo aporta el padre.

Me preocupan los sistemas de ordenación sujetos a arbitrariedades como el apellido, cosa que se hace en muchos ámbitos, bajo el equivocado presupuesto de que es un método "aleatorio" ¡y no lo es!

Sí, mi apellido es de los del final. Y sí, he perdido una cantidad indefinida de oportunidades a causa de mi apellido. No digo que pudiera haber llegado a ser millonario, como José Antonio Aguilar Rodríguez-Cuscurros pero, ¿quién sabe? He perdido más tiempo que nadie haciendo cola, mientras mis archienemigos Abad y Aguado estaban tranquilamente en sus casas haciendo lo suyo.

Nunca sabremos qué habría pasado si en verdad hubiésemos actuado de manera imparcial: ¿habrían existido las mismas guerras? ¿Tendrán los sujetos con ciertos apellidos o características una dosis extra de buen humor en su vida diaria, que los demás humanos no disfrutamos? ¿Se habrá extinguido toda una raza de premios nobel de Zumalacárreguis y Zubizarretas?

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