Peste milanesa y coronagaitas

Otra de las grandes obras universales que leo con retraso es Los novios, de Manzoni. En el último tercio, se relata con mucha expresividad y un montón de datos históricos, la peste milanesa de 1630, que fue un brote de peste bubónica que redujo a la mitad la población de Milán, y alcanzó a toda la mitad septentrional de Italia, llevándose casi a 300 mil personas en apenas tres años.

Después de cuatro siglos, resulta un relato de rabiante actualidad, donde se reproducen punto por punto los hitos de una pandemia, así como los tópicos sociales.

La peste viene de fuera. Dice que la traían los soldados del Sacro Imperio de Fernando II que, tomando como excusa la religión, se fue paseando por todas partes, repartiendo leña y asumiendo fantásticas cuotas de poder, aunque sin llegar a lograr la paz. Era, sin más, una continuada lucha por la hegemonía en Europa que, siglos más tarde, se ha transformando en una guerra silenciosa con amenazas veladas, rapiña económica y medias sonrisas reptilianas entre los distintos actores políticos.

Las principales medidas para luchar contra la peste propuestas por los expertos de la época son el distanciamiento social y la higiene. La higiene era necesaria ya que, en un primer momento, son las clases bajas las más golpeadas por el contagio. Como siempre sucede, el que tiene dinero, es el que está más a salvo. Y el que no lo tiene, vive como puede, come lo que puede y cuando enferma, hace lo que puede.

En un principio, se piensa que no hay ninguna peste, sino algún tipo de infección de pobres. Esto es un clásico: los pobres son pobres porque quieren, y son asquerosos e infecciosos. Esta manera de pensar sigue existiendo. Refirámonos a las muy abundantes opiniones de Vox sobre los inmigrantes, las enfermedades y las lacras sociales.

Conspiracionismo y búsqueda de culpables. Se culpa a los médicos de la situación y se llega a pensar que la peste la transmite "alguien" que va por ahí pringándolo todo de infecciosidad. Relata Manzoni que, en un momento álgido de histeria:

En la iglesia de San Antonio, el día de cierta solemnidad, un viejo más que octogenario, tras haber rezado un rato de rodillas, quiso sentarse y, antes, con la capa, desempolvó la banca. «¡Aquel viejo unta las bancas!», gritaron unas mujeres que vieron la acción. La gente que se encontraba en la iglesia (¡en la iglesia!) se acercó al viejo; lo agarraron por los cabellos, blancos como eran, lo molieron a puñetazos y patadas; en parte, tiraron de él, en parte, lo empujaron fuera; si no lo mataron, fue por arrastrarlo, así semivivo, a la prisión, a los jueces, a las torturas.

Bien asentada ya la pandemia, pero todavía con muchos negacionistas, se lleva a cabo una multitudinaria procesión, con lo cual se afianza definitivamente el estado de catástrofe. Se multiplicaron por 6 los contagios y llegó a haber 1.500 muertos diarios. La palma todo el mundo, se abren fosas comunes, faltan médicos... En eso estamos mejor organizados ahora o, mejor dicho, el COVID-19 no es tan virulento como la peste bubónica, aunque también hemos tenido en Madrid nuestra fosa común en el Palacio de Hielo y ha cundido el pánico cuando se han desbordado las UCI.

Describe Manzoni todo tipo de desmanes y escenas dantescas, algunas de las cuales solo podemos contemplar con horror y esperamos no tener que vivir nunca. A lo más que hemos llegado en la vida cotidiana es a nuestros cómicos asuntos con el papel higiénico, la harina y la lejía, pero bien puede imaginarse que si eso sucede sin haber ningún motivo... Mejor dejémoslo estar.

El libro, por lo demás, es entretenido. A mí, personalmente, me agota tanto cura, obispo y precepto moral y, aunque he leído mucho de esas épocas, nunca había llegado a mí nada tan pío e irritantemente beatífico y preceptivo como este libro, ni siquiera en la literatura española. No me importa que se desvíe de la historia principal cada dos por tres para contar la vida de los personajes secundarios, aunque a veces se los abandona de un modo tan abrupto que uno se pregunta hasta qué punto es legítimo ahondar tanto en un personaje de usar y tirar (si no se acude únicamente a causas didáctico-morales).

No hay por dónde coger tanto tópico y hay un problema adicional con el maniqueísmo de Manzoni, y es que nos da unos personajes excesivamente planos.

Quitándole toda la porquería, en suma, nos da una buena semblanza de la época que intentaba retratar, con sus problemas políticos, económicos y sociales.

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