Una sonrisa en el ojo de la mente

Sí, el libro de Durrell. O relato. Llevaba tanto tiempo sin leer a Durrell que casi me echo a llorar cuando he visto que estaba tan contento con su chino.
Me leí sus libros con dieciocho años, el grueso de su producción más conocida. El cuarteto, el quinteto, el laberinto oscuro, los limones, Tunc y Nunquam, la celda de Próspero y el carrusel siciliano... Y a lo largo de los años unos cuantos más, incluyendo el libro negro, que me costó un montón encontrarlo (eran otros tiempos).
Me hice amigo de Miller y la Nin, y aunque Miller no me cayó muy bien, aprendí a quererle gracias a la Nin, quien tampoco me caía en exceso bien, pero al fin y al cabo, ¿por qué no? Son maneras distintas de entender la vida, y su diálogo era íntimo y muy generoso, cosa que yo no soy capaz de entregar...
Mis pies ollaron el 18 de Villa Seurat porque acompañé a mi amigo a su sesión de running en el pequeño parque de Montsouris, y me enseñó a lo lejos el colegio de España, donde residió Baroja unos años hasta que se pasó lo gordo de la guerra.
Gerald era mi héroe de más joven (yo). Luego me pareció que sus libros primeros eran más frescos, y los otros más serios no me causaban la misma impresión. Me leí hasta el libro de Margot. Y por suerte Leslie era ágrafo, si no también hubiera leído lo que hubiese querido escribir el escopetero.
Me quedo esponjado y en cierto modo agradecido porque en general todo bien para estas gentes, y eso siempre es un alivio. Me da un poco de pena el Miller, yo no sé si se lo pasó muy bien. Y la pobre Nin, la vi de casualidad en Ritual in Transfigured Time. No sabía que existía esa cinta, fue por pura chiripa. Y me pareció que le vendría bien una mano amiga. Alta y desgarbada, como la June que hizo la Thurman. Por suerte, todos fueron reconocidos escritores. Menos da una piedra.

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