Antoñita
Hay una expresión a este lado del Misisipi: "Antoñita la fantástica". Como refiriéndose a alguien con una imaginación algo exacerbada, o que directamente se inventa las cosas. Me parece que está teñida la declaración de algo peyorativo.
La tal Antoñita es la heroína de una serie de novelas juveniles escrita por Borita (de Liboria) Casas y tuvo su mayor auge en el duro periodo de la posguerra española.
Sé que más allá de lo escrito, Antoñita estuvo viva en la radio (le puso voz la propia Borita) y en las tablas. No sé si en esos escenarios de dios hizo la pobre Antonia algo que desmereciese de su personaje de las novelas, para pasar al habla popular como un sinónimo de alguien que muda de soñador en atolondrado, y de imaginativo en fantasioso.
La Antoñita que yo conozco era una niña pequeña de un barrio pijo (el de Salamanca), y tenía una niñera que la llevaba a todas partes. Todo lo que le pasaba era normal y estaba contado con una gracia especial. Creo que todo el mundo debería leer sus "aventuras", aunque sabrán apreciarlas más los que conocieran el Madrid de la época. Vivos, ya no quedará casi nadie. De oídas, todavía unos cuantos. Y de leídas, somos unos pocos, y además algunos conocemos los escenarios y la historia de los lugares donde suceden las aventuras de Antoñita.
Pienso que la dimensión de una obra literaria debe medirse por la capacidad de conexión que tiene esa obra, a través del espacio y el tiempo, con cada uno de sus lectores.
Antoñita era una niña que así pintada bien podría resultar odiosa para un enorme número de personas (a lo largo del tiempo y del espacio). Sus problemas eran irrelevantes y lo que le sucedía carente de toda trascendencia. No mataban a sus padres, no violaban a sus hermanos... No le pasaba nada digno de relatar.
Y Antoñita (de habérsele presentado este argumento) estaría de acuerdo conmigo. Se avergonzaría de tener algún tipo de relevancia en el mundo literario, y le cedería gentilmente el lugar a todos aquellos cuyos miembros fueron amputados y violados sus familiares.
Ningún fijodalgo de la Mancha, ni ningún príncipe danés, ni ningún otro personaje daría tan fácilmente su brazo a torcer, porque son personajes huecos, fabricados a medida para lanzar mensajes-bomba. No mensajes falsos, pero sí mensajes inflados de un ego grandilocuente: el honor, el orgullo, la locura, el amor y la muerte (entendidos como rosas rojas y epitafios)... Todos desvaríos de personas con preocupaciones muy alejadas de las personas que mayormente han habitado el mundo. Todos esos personajes, esos autores, son la aristocracia de la literatura. Son la aristocracia, o sus representantes. Es lo mismo... Rehúyen al pueblo llano, tienen sus propios códigos, practican sexo entre ellos...
Porque somos listos, no renunciaremos a ese paupérrimo legado. Lo haremos nuestro, diremos lo que queramos, y dejaremos que los demás digan lo que quieran. Es lo que habría querido Antoñita.
La tal Antoñita es la heroína de una serie de novelas juveniles escrita por Borita (de Liboria) Casas y tuvo su mayor auge en el duro periodo de la posguerra española.
Sé que más allá de lo escrito, Antoñita estuvo viva en la radio (le puso voz la propia Borita) y en las tablas. No sé si en esos escenarios de dios hizo la pobre Antonia algo que desmereciese de su personaje de las novelas, para pasar al habla popular como un sinónimo de alguien que muda de soñador en atolondrado, y de imaginativo en fantasioso.
La Antoñita que yo conozco era una niña pequeña de un barrio pijo (el de Salamanca), y tenía una niñera que la llevaba a todas partes. Todo lo que le pasaba era normal y estaba contado con una gracia especial. Creo que todo el mundo debería leer sus "aventuras", aunque sabrán apreciarlas más los que conocieran el Madrid de la época. Vivos, ya no quedará casi nadie. De oídas, todavía unos cuantos. Y de leídas, somos unos pocos, y además algunos conocemos los escenarios y la historia de los lugares donde suceden las aventuras de Antoñita.
Pienso que la dimensión de una obra literaria debe medirse por la capacidad de conexión que tiene esa obra, a través del espacio y el tiempo, con cada uno de sus lectores.
Antoñita era una niña que así pintada bien podría resultar odiosa para un enorme número de personas (a lo largo del tiempo y del espacio). Sus problemas eran irrelevantes y lo que le sucedía carente de toda trascendencia. No mataban a sus padres, no violaban a sus hermanos... No le pasaba nada digno de relatar.
Y Antoñita (de habérsele presentado este argumento) estaría de acuerdo conmigo. Se avergonzaría de tener algún tipo de relevancia en el mundo literario, y le cedería gentilmente el lugar a todos aquellos cuyos miembros fueron amputados y violados sus familiares.
Ningún fijodalgo de la Mancha, ni ningún príncipe danés, ni ningún otro personaje daría tan fácilmente su brazo a torcer, porque son personajes huecos, fabricados a medida para lanzar mensajes-bomba. No mensajes falsos, pero sí mensajes inflados de un ego grandilocuente: el honor, el orgullo, la locura, el amor y la muerte (entendidos como rosas rojas y epitafios)... Todos desvaríos de personas con preocupaciones muy alejadas de las personas que mayormente han habitado el mundo. Todos esos personajes, esos autores, son la aristocracia de la literatura. Son la aristocracia, o sus representantes. Es lo mismo... Rehúyen al pueblo llano, tienen sus propios códigos, practican sexo entre ellos...
Porque somos listos, no renunciaremos a ese paupérrimo legado. Lo haremos nuestro, diremos lo que queramos, y dejaremos que los demás digan lo que quieran. Es lo que habría querido Antoñita.
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