Dostoyevski endemoniado
Nunca me he leído un libro entero de este señor. Dos veces cogí el de Los hermanos Karamazov, y dos veces no fui capaz de leerlo. No podía resistir cincuenta páginas seguidas sobre los pensamientos/idas de olla del stárets Zósima (¿lo he dicho bien?), la cosa más insulsa e irrelevante que pueda imaginarse.
Ahora estoy cerca de terminarme Los demonios, y ya es otra cosa. Por fin puedo estar de acuerdo con los que dicen que este señor es un escritor extraordinario. No lo recomendaría de los primeros, pero por fin he visto lo que tiene que ofrecer. La historia, el argumento, de este libro, es poco interesante, en el sentido de que toma un motivo de la realidad como escenario. Eso no me interesa mucho, porque al final es bastante común, aunque en la época podía resultar llamativo.
Soy en cierto modo fans de Baroja y he descubierto un par de ideas que seguramente copió de este libro. Hizo bien, para decorar, aunque lo que tiene Baroja que ofrecer es bien distinto de lo que da Dostoyevski.
Hay dos o tres escenas muy locas y están relatadas con un lenguaje bien personal. Todos mis respetos para este señor.
Dos apuntes: se le da mucha relevancia, a nivel crítico, a la opinión de Fiódor acerca del alter-ego novelesco de Turguénev, un tal Karmazinov. Dicen los críticos que esta novela es una especie de "respuesta" al Padres e hijos de este autor. En su día me lo leí. Echo un ojo a este blog y veo que publiqué una entrada sobre uno de los personajes principales, Basárov. Ahora tengo que admitir que cursé en la universidad la asignatura de Literatura Rusa, porque siempre he sentido una cierta fascinación por esta gente, especialmente la del siglo XX. A Turguénev, Tolstoi y Dostoyevski siempre les tuve como autores de tiempos pasados. Turguénev es para mí un autor semejante a Dickens, aunque más de novelas cortas, un poco flojo y atildado, pero con fuerza narrativa, un romántico clásico. A Dostoyevski le veo más como un alucinado. Su discurso me aburre, o me sorprende y me acongoja. Sus juicios sobre la cuestión socialista o el nihilismo son irrelevantes, tanto como los de Turguénev. Su modo de relatar casi siempre es pesado y enojoso. Tiene que decir a cada línea si alguien chilla una frase (chillan en exceso sus personajes) o está desconcertado. Es en exceso teatral (como si fuera un guión donde los personajes tienen que saber cómo actuar, en lugar de ser un relato abierto donde el lector decide si un personaje estará poniendo una cara u otra). Pero luego se suceden escenas absolutamente delirantes, donde la humanidad golpea con toda su fuerza, con todo su realismo y su incoherencia, como el pasaje donde Shatov recupera a su mujer.
Utiliza Dostoyevski trucos de escritor, de psicólogo. En todos los lances sale alguien desequilibrado o puto loco, para hacer contraste. Pero no es un loco que ayude a equilibrar, sino todo lo contrario. Es alguien que crea inestabilidad adrede, para no dejar descansar al lector. Es sin duda la manera de entender la realidad de alguien que en una faceta era genial. O, mejor dicho, de reflejarla para nosotros.
Pelín histriónico, eso sí, en consonancia con el arquetipo rayano en la histeria que nos han dibujado muchos autores rusos, con personajes expuestos continuamente al conflicto, o a situaciones de estrés repetitivo.
Ahora estoy cerca de terminarme Los demonios, y ya es otra cosa. Por fin puedo estar de acuerdo con los que dicen que este señor es un escritor extraordinario. No lo recomendaría de los primeros, pero por fin he visto lo que tiene que ofrecer. La historia, el argumento, de este libro, es poco interesante, en el sentido de que toma un motivo de la realidad como escenario. Eso no me interesa mucho, porque al final es bastante común, aunque en la época podía resultar llamativo.
Soy en cierto modo fans de Baroja y he descubierto un par de ideas que seguramente copió de este libro. Hizo bien, para decorar, aunque lo que tiene Baroja que ofrecer es bien distinto de lo que da Dostoyevski.
Hay dos o tres escenas muy locas y están relatadas con un lenguaje bien personal. Todos mis respetos para este señor.
Dos apuntes: se le da mucha relevancia, a nivel crítico, a la opinión de Fiódor acerca del alter-ego novelesco de Turguénev, un tal Karmazinov. Dicen los críticos que esta novela es una especie de "respuesta" al Padres e hijos de este autor. En su día me lo leí. Echo un ojo a este blog y veo que publiqué una entrada sobre uno de los personajes principales, Basárov. Ahora tengo que admitir que cursé en la universidad la asignatura de Literatura Rusa, porque siempre he sentido una cierta fascinación por esta gente, especialmente la del siglo XX. A Turguénev, Tolstoi y Dostoyevski siempre les tuve como autores de tiempos pasados. Turguénev es para mí un autor semejante a Dickens, aunque más de novelas cortas, un poco flojo y atildado, pero con fuerza narrativa, un romántico clásico. A Dostoyevski le veo más como un alucinado. Su discurso me aburre, o me sorprende y me acongoja. Sus juicios sobre la cuestión socialista o el nihilismo son irrelevantes, tanto como los de Turguénev. Su modo de relatar casi siempre es pesado y enojoso. Tiene que decir a cada línea si alguien chilla una frase (chillan en exceso sus personajes) o está desconcertado. Es en exceso teatral (como si fuera un guión donde los personajes tienen que saber cómo actuar, en lugar de ser un relato abierto donde el lector decide si un personaje estará poniendo una cara u otra). Pero luego se suceden escenas absolutamente delirantes, donde la humanidad golpea con toda su fuerza, con todo su realismo y su incoherencia, como el pasaje donde Shatov recupera a su mujer.
Utiliza Dostoyevski trucos de escritor, de psicólogo. En todos los lances sale alguien desequilibrado o puto loco, para hacer contraste. Pero no es un loco que ayude a equilibrar, sino todo lo contrario. Es alguien que crea inestabilidad adrede, para no dejar descansar al lector. Es sin duda la manera de entender la realidad de alguien que en una faceta era genial. O, mejor dicho, de reflejarla para nosotros.
Pelín histriónico, eso sí, en consonancia con el arquetipo rayano en la histeria que nos han dibujado muchos autores rusos, con personajes expuestos continuamente al conflicto, o a situaciones de estrés repetitivo.
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