Los gays y la lista de la compra

Hoy, y por siempre, hay algunas cosas que nos dan vergüenza. A la mayoría, quiero decir. Como quedarse en pelotas. O, si eres gay, ocultarlo. Antes ser homosexual era muy variado, porque uno podía serlo y no pasaba nada, o ser enviado al paredón, etc., dependiendo de la época, el lugar y la cantidad de pasta que tuviese el usuario.
Por orden de importancia, yo diría que a uno, en general, le dan vergüenza en primer lugar las cosas relacionadas con las necesidades básicas y animalescas, como cagar o follar. En nuestra cultura es más fácil ver a alguien cagando que haciéndose una paja, por ejemplo. Pero eso dependerá de la época, lugar, etc.
Voy a ceñirme a "nuestra" cultura. La occidental, por así decirlo. Nos dan vergüenza las cosas relacionadas con el sexo, fundamentalmente. Y también las escatológicas. Y que nos vean comer. Por eso, y aunque comer no deja de ser un acto social en muchos casos, hemos inventado millones de artilugios y reglas para el efecto. Follar se hace como sea. Cagar, te bajas los pantalones y aprietas. Y comer tiene un montón de reglas, como utilizar platos y cubiertos individuales, procurar no manchar demasiado, etc. Según la circunstancia y la informalidad (la confianza que haya en el grupo), puede haber un puchero y diez cucharas para diez comensales (sin platos), un puchero y ninguna cuchara, o diez platos servidos con variedad de cubiertos individuales, servilletas y platillos para el pan. No se habla con la boca llena, no se llena la barba de fideos, no se agarra el tenedor demasiado cerca del tridente, no se sorbe el caldo ruidosamente (aunque queme mucho o a uno le haga risa), no se echa comida ni sobras en el plato de al lado, etc.
A mí, por ejemplo, me da mucha vergüenza que me vean la compra. De lo que uno lleva en el carro se puede deducir infinidad de cosas, sin equivocarse. Por ejemplo, si yo llevo pañales de 13 a 18 kg y galletas de chocolate, todo el mundo sabe que tengo a mi cargo un churumbel de 13 a 18 kg de peso, y que le llevo galletas de chocolate para merendar. ¿Y a quién coño le importa? Si llevo doce productos de limpieza para la ropa, es porque la he cagado y he desteñido la camiseta favorita de mi mujer. ¡Y qué pasa! ¡Nadie es perfecto! Coño, que ya tiene uno que cabrearse...
Eso sin contar con los cajeros. Los cajeros son a la compra lo que los médicos a enseñarles un grano en la polla. Tiene uno que confiar en ellos, o joderse. Si les diera la gana, podrían quedarse con tu número de tarjeta y tu PIN. ¿Cuántas veces me habré preguntado si no hay una cámara a mis espaldas o encima de mí, viendo cómo tecleo mi código secreto? Vivimos en una perpetua idealización de la seguridad y una intimidad que a duras penas existen. Todo aquello de lo que gozamos se lo debemos, sin más ni más, a la casualidad. Los políticos y los prohombres está demostrado que pasan flotando por encima de nosotros (a no ser que estén en guerra con otros políticos y prohombres). Y nuestros cajeros y camareros, o son despistados, o buenas personas, o malas personas con pocas luces.
En cualquier caso, no me dan tanto miedo los cajeros y los camareros como los políticos y los prohombres que tienen, además, la facultad de hacer lo que les salga del nabo, incluyendo contratar matones, manejar los medios de comunicación, obstaculizar la justicia y sobornar a la policía, aquí, en Marruecos y en Cincinnati. Ya podrá uno decir que no robó una botella de K-7 en el Eroski, y el cajero atestiguarlo, que si te viene un atestado policial que dice lo contrario, o cuatro tíos de dos metros a romperte la cabeza, no hay nada que hacer.
La libertad de expresión existe sobre el papel y nada más, igual que la otra, la "libertad" a secas.
Cantemos con los Chichos:

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