Mundo cutre

Era la religión de mi vieja la del ahorro, la de no gastar en tontás y la del mundo del reciclaje de todo tipo de objetos y productos.
Eso, así expresado, es un ideal de vida. Llevado a la práctica, ha de hacerse con cuidado, o los resultados pueden ser desastrosos, desde la perspectiva de un niño.
A un niño le gustan las cosas nuevas, por definición, y yo me cagaba por la pata abajo cada vez que eran Reyes, porque en Reyes siempre era todo nuevo. Recuerdo una bolsa de caramelos, el Parchís y la Oca, el Trivial, el Scalextric, una raqueta de madera, el Scatrón (se llamaría así, digo yo)... Todo o casi todo.
Pero luego mi vieja tenía afición (y la sigue teniendo) a reaprovechar cosas que han dejado "nuevas" los demás, incluyendo especialmente ropa y libros de texto.
La ropa, más o menos, pasaba desapercibida, porque todos llevábamos pintas ridículas en aquellos tiempos de experimentación, donde lo mismo te tocaba vestir un jersey de pico y lana de rombos, que unos bombachos o una chaqueta austríaca con botones dorados. Aunque a uno siempre le resulta raro el "olor" de la ropa. Hasta que se convertía en ropa de uno, llegaba a pasar algún tiempo. Ahora, de padre, me vienen bien algunas ropas que me llegan, pero lo primero que hago es consultar con los hijos si les gusta o no la ropa, y después la lavo una o dos veces para que coja el olor de la casa (incluyendo las moléculas de olor a tabaco negro propias de este ambiente).
Desde un punto de vista neutral, reaprovechar objetos es lo mejor.
Desde el punto de vista de la persona que disfruta esos objetos, puede pasar cualquier cosa...
A mí, por ejemplo, no me gustaba nada heredar libros de texto, porque ya estaban forrados y en ocasiones subrayados, por otras personas, que solían ser desconocidas. Y, además, había párrafos que no coincidían, porque los de las editoriales se cuidan muy bien de "actualizar" sus libros de año en año y, si a uno le tocaba leer en alto un párrafo que no existía en su libro, terminaba irremediablemente siendo el "cutre" de la clase.
Otra cosa que no me gustaba tampoco era estar en círculos sociales sin un puto duro, o con lo justo. A mí, al final, siempre me invitaban a una cocacola, o a tabaco, o a lo que fuera en cada momento. Luego he podido ir pagando aquellos favores infantiles-juveniles, lo mejor que he podido, porque lo agradecí en el fondo de mi alma y, sobre todo, porque lo devolvía sin ningún tipo de afán.
Una vez fui de excursión a Navacerrada con el cole, en invierno, a la nieve. Yo llevaría en metálico lo equivalente a una cocacola. Fue quizás una de mis primeras libertades, la de tener un dinero para gastar a discreción. Me lo gasté en comprar un recuerdo de la excursión, porque me pareció lo más adecuado, guardar físicamente (de algún modo) un recuerdo de aquel momento, en lugar de una efímera cocacola. Compré un gatito marrón de cerámica, pequeño, como para hacerse un llavero. Seguramente fue también mi primera "compra" oficial. Yo solo comprando un objeto voluntariamente.
Eso está bien. Pero son inevitables las comparaciones. Y, probablemente (como siempre fue en mi infancia/adolescenccia), los demás llevaban pasta para la cocacola y también para el gatito de recuerdo, cosa que marca la diferencia cuando andas mendigando un trago de cocacola y que te convierte casi de facto en un puto mendigo (con un gatito de cerámica en el bolsillo).
Hay otras cosas que hoy celebro haber tenido y también celebro haber tenido en aquella época, especialmente un CINEXIN de mis primos, y un coche "cabledirigido", que creo que era un Mercedes muy gracioso que iba siendo seguido muy de cerca por uno mismo, ya que el mando a distancia y el coche (de tamaños similares) estaban unidos por un cable gordísimo y cortísimo.
También heredé de mis primos una "cartera" (cuando estaba empezando a surgir el concepto "mochila") negra de cuero, con las costuras amarillas. En un primer momento me pareció detestable. Después le cogí mucho cariño. Hoy, pagaría un dineral por tener aquella "cartera" de nuevo. Era mona (desde el punto de vista de hoy, y de finales de los setenta) y muy dura.
Algunas canicas que tuve, supongo que las heredaría también de mis primos, pero no estoy seguro. Recuerdo especialmente una roja y otra amarilla.
También heredé unos ROTRING, pero no lo suficientemente practicables, y mi vieja tuvo que comprarme unos nuevos, con el mango verde, que me entusiasmaron.
La apoteósis del heredamiento llegó para mí tras la muerte de mi tío, del cual heredé un pijama. De hecho, creo que el pijama lo heredó mi viejo, y después lo heredé yo. Para mí, un prodigio del mundo textil. Nunca he tenido un pijama igual. Era de "entretiempo", una cosa totalmente elástica, amplia, adaptable. Yo lo quemé rápido, porque el pijama es mi ropa de batalla, pero puedo afirmar que no he tenido un pijama más confortable en toda mi vida. Mi tío DEADONE era todo un personaje, y este pijama le pegaba muy bien. Él siempre tenía una "cadena musical", una tele en color, un coche moderno... Ese tipo de persona. Manejaría pasta, mucha o poca, pero se la gastaba bien. En otro capítulo se hablará de ese asunto o no.
Lo que no me gustaba nada era "heredar" cosas de personajes vagos, como el hijo de una vecina del barrio. Alguna vez pillé un libro o un jersey en esas circunstancias, y no me gustaba ni un pelo.
Creo que lo de "heredar" tiene mucho que ver con los antecedentes de lo que se hereda. Si es algo que uno andaba buscando, es un privilegio poder disfrutarlo. Si es algo de alguien que no sabes quién es, o incluso te cae mal, todo mal. Para poder heredar algo en condiciones, creo que hay que "desheredarlo" previamente. Que no sea de nadie. Que sea como un hallazgo tuyo, o una elección tuya, para poder hacerlo "tuyo". Luego, si hace falta, se le da un lavado o lo que sea, y todos tan contentos.
Llevaba peor lo de la pasta. Cuando había que llevar pasta, yo llevaba, normalmente, pero lo justo. Supongo que eso es lo justo, sin más ni más. Y no tendría que haberme importado que los demás siempre llevasen un poco más, para ese capricho extra. Pero, en siendo una constante, al final se convierte uno de modo inevitable en el "cutre" del grupo. Daba igual en el grupo de XXX, YYY o ZZZ, con padres abogados, ingenieros o instaladores de persianas, porque todo el mundo solía llevar el "extra". Podía gastarse en la cocacola, o en una partida de marcianitos y un helado, unos coches de choque o lo que fuera. Por desgracia, el poder adquisitivo abre muchas puertas. Y yo ahora, por ejemplo, sólo guardo recuerdos del Spectrum de mi amigo, de la Atari de mi amiga o de las partidas al Street Fighter que se echaba mi amigo. Pero yo no hice nada de eso. Me dediqué a mirar mientras ellos lo hacían. Está bien, pero no es lo mismo. Supongo (!).
El mundo cutre es una de las señas de identidad de mi infancia, pero no muy importante, y creo que no me ha dejado ninguna secuela trascendental. Eso lo relatarán mis hijos dentro de algunos años y me acusarán, si procede, de haber sido cutre, o bien de haberme esforzado innecesariamente para no ser cutre. Si será por acusar... ¡Todo gratis!
Si acaso estoy algo preocupado por mí mismo. Desde hace ya muchísimo tiempo, pero últimamente de manera más aguda, me da por renunciar al placer sin que eso sirva para nada útil. Por ejemplo, hoy he cogido con mi hijo mayor dos panteras rosas y dos donut chocolate "fondant", con idea de comer ambas cosas a pachas. Al final él se ha zampado las dos panteras rosas y los donut se han quedado en la bolsa, y se los he dejado a ellos para mañana, aunque de buen grado yo me hubiese zampado dos docenas de donut. Y me parece que es algo exagerado. A lo mejor podría haberme comido uno, por lo menos (!).
Bueno, eso se discutirá en el apartado de psicoanálisis.
Hago constar que a mis hijos les llevo de merienda habitualmente un bocata/sandwich de chorizo, foie-gras, mortadela, jamón, lo que haya, luego una fruta obligatoria (tipo plátano, manzana, pera, mandarina, que son las frutas que más gracia les hacen, a pesar de ofertarles casi de todo infructuosamente) y luego alguna chuchería, tipo gominola, chocolatina, bollito. Mmm... Igual es exagerado, porque además intento repetir lo menos posible, y si les llevo chopped dos días seguido me siento culpable (!).
Da igual. No mezclemos las memorias con los cachivaches morales de la actualidad.
Mi vieja seguramente se esforzaba igual que yo. Recuerdo muy bien sus bocatas/sandwich de membrillo con queso de burgos o requesón. Y se empeñaría en que luego comiera una fruta, la muy jodía. Seria lo mismo, con más o menos variedad, con más o menos ímpetu. Pero seguro que ella se esforzaba. Eso es más que suficiente. Es lo mínimo, y también lo máximo. Gilipolleces, tampoco me hubiese gustado (al menos desde la perspectiva de hoy). A mí a veces me agobia que mis hijos coman demasiados "bollitos" cuando no me ha dado tiempo a preparar la puta merienda o lo que sea.

Pero ciñámonos a las memorias de aquellos tiempos remotos por el Cerro del Tío Pío, coger el autobús en el Arroyo y los Bollicaos con pegatinas de "toi chalao".

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