Jarros de agua fría

Por lo visto, muchas veces sucede que alguien en su juventud es ¿romántico? Más dispuesto a arriesgar, quemar, romper y cambiar. Y luego, cuando se hace viejo, se va haciendo más conservador, más "tranqui".
De las pocas constancias escritas que tenemos, eso le pasó a muchos intelectuales de ciertas épocas, que al principio eran anarquistas, comunistas o lo que fuere, y al ir "madurando" se iban pasando al bando contrario con total tranquilidad.
Tengo entendido que antes, por ejemplo, un "socialista" (cuando el término "socialista" llegó a las masas en este país) era alguien que hoy llamaríamos más bien "izquierdista" (tipo comunista, anarquista o incluso punki). Y hoy, como mínimo, un "socialista" es un "centrista", o alguien de la derecha moderada. Al término le ha pasado lo mismo que a los hombres: al envejecer se le han ido quitando las ínfulas del cambio y la renovación, y se ha ido adaptando al inmovilismo ancestral, salvo por pequeños detalles cosméticos.
En el círculo cercano de uno siempre están los más revolucionarios, en cuyo vocabulario las palabras "coger el fusil" aparecen casi tanto como "pedir otra birra", y también de los otros, donde "pedir otra birra" aparece casi menos que "fusilar a los socialistas".
Curiosamente, yo siempre siento ganas de fusilar a los socialistas, pero según quien lo diga, me dan ganas de defenderlos, y eso me hace sentirme incómodo, sobre todo porque dar la razón, en ese caso, parece que te hace cómplice del ideario del que quiere fusilar.
Tuve la ocasión de leer, hace ya mucho tiempo, "Madrid, de Corte a checa" (creo que se titulaba exactamente así, me da pereza googlearlo), de Agustín de Foxá, que era de rollo mmm... ¿Cómo se llamaba ese señor? ¡Ah, sí! José Antonio Primo de Ribera. Pues ese libro me moló. Ya no sé qué decía, pero yo me sentía bravío, romántico, al leerlo. Y era literatura, al parecer, de la extrema derecha. Ganas de echarse el fusil al hombro, como quien dice.
Ahora tenemos la suerte de no necesitar libros ni exaltaciones poéticas de ningún tipo. Basta con leer cualquier periódico para que te den ganas de coger el fusil y liarte a bayonetazos con todo el mundo: los de los bancos, los políticos de cualquier ideología, los empresarios bien afeitados que huelen a Yatch Men y venden acciones basura, las señoras que te pisan en el metro y no piden perdón...
Hoy quiero hablar de una figura, la del "romántico tapón". Es una persona que sabe perfectamente que todo es una mierda y cree positivamente (en sentido empírico) que no existe manera humana de cambiar nada, de modo que su imperativo es refrenarse y replantear la situación de manera que uno pueda acomodarse en lo que existe y, en la medida de sus posibilidades, aportar el granito o puñado de arena para el cambio cuando sea menester.
Esto lo enlazo con la peli de los "Diez Mandamientos" que vi el otro día entera por primera vez en mi vida. Hoy esa película sería distinta, yo creo que más verídica. Desde la óptica de hoy, me imagino a mi abuela pensando "qué guapo es el Hesto y qué rostro más resplandeciente por la gracia de Dios, jódete faraón de mierda, que Dios te la va a meter hasta el fondo". Es decir: fanatismo (no romanticismo). Pero hoy se haría mejor. El Moisés sería un tío atractivo desde el principio hasta el final. En esta peli, cuando se descubre hebreo, el tío es muy íntegro, pero se vuelve un "apocado" abofeteable de manera injustificada. Da igual. En cualquier caso, me interesa la duda del tipo, que es para mí una de las tramas fundamentales del film: ¿es él el "elegido" para liberar a los israelitas? Él no lo cree en ningún momento (hasta que Dios se aparece en una animación muy cutre y le explica que sí, y le da superpoderes para cumplir con su misión).
La figura antagónica es la del romántico incorregible. Josué, en la peli, y otro que yo me sé en la situación que yo estoy pensando. El Josué, cuando ve la oportunidad en Moisés, en seguida piensa en organizarse, en conseguir armas y montar el pollo. Igual que cuando ya se han pirado y los egipcios deciden perseguirlos y acabar con ellos. Josué rápidamente empieza a organizar: a ver, tú te pones aquí y les tiras unas flechas, y las mujeres y los niños que se vayan con los patos para la parte de atrás.
En el caso de la peli, sin problemas, porque el Moisés tenía el superpoder de hacer lo que le saliese de los cojones, por la gracia de Dios, así que había plagas o morían los hijos de los egipcios, o el mar se abría y mataba a todos sus enemigos sin más ni más.
En la realidad no hay superpoderes, pero sí la figura del que cree en algo pero piensa que es mejor no hacer nada (Moisés pre-endiosamiento), y también la del que cree que hay que hacer algo a toda costa (Josué, el hermano).
Hoy quería transcribir unas palabrejas de las memorias del Baroja. Él era del tipo romántico en su juventud y, a diferencia de lo que se cree, mucho más romántico en su senectud, porque él se conmovía con todo lo que demostraba ser de buen corazón. En algunos momentos uno puede sentir pulsiones, en su corazón, por motivos políticos, sociales, religiosos, porque son las cosas que nos rodean (más allá de pedir la sal en la comida). Y hacerse uno su propio juicio, tomar una u otra actitud. Pero lo fundamental no cambia. Los que le achacan el bando perdedor en su lucha entre el pasivo y el "hombre de acción" están ciegos, porque nos ha dejado un legado de valor incalculable, y eso es para mí acción pura y dura, y sostenida en el tiempo. Vale para mí lo mismo su manera de sentir (a través de más cien mil líneas) que todos los héroes juntos de la historia de la humanidad que, al fin y al cabo, ¿qué nos han dado? Para mí, hechos difíciles de interpretar. Avances hay, ¿pero quién ha contribuido más? ¿El que hizo algo, puntualmente, o el que nos alienta, a través de los siglos? Todo vale.
Lo de tomar parte o no en la lucha "del momento" es algo que tengo sin resolver. Algo hay que ir haciendo, pero ¿qué? Y, ¿cuánto? Y cómo, etc. Ahí creo que cada uno es juez y verdugo de su propia historia. Responsabilidad que uno tiene que sentir y hacer sentir a los de alrededor, en función de que lo que uno tiene alrededor es lo que quiere (o permite, tolera, etc.).
Yo, por mi parte, y como dicen en mi pueblo, "no hay sábado sin sol, ni moza sin amor". Nos va todo muy mal, pero tenemos para birra. Tenemos carne picada, papel higiénico y banda ancha. Muertos por hambre, no hay. Hartos, muchos. Hagamos algo por acabar con la harticie, porque yo mismo estoy harto de estar harto y de los que están hartos de estar hartos.
Lo que es un hecho es que antes publicabas unas hojas clandestinas en contra del gobierno y te cortaban la cabeza. Y hoy, lo mismo, te llamas Wikileaks y tienes tropocientos mil seguidores en Twitter, y más donaciones que la madre teresa de calputa (aunque te pillen y te tires doce años de juicios).
Y no nos confundamos: tan mal está hoy visto decapitar a los revolucionarios como a la inversa. Si no, ¿de qué iba a haber unos gobernantes tan ineptos y declaradamente idiotas? Antes, por lo menos, tenían que ser buenos oradores. Ahora (en este país), te descojonas de la risa con Aznar (antes), Zapatero (después) y Rajoy (ahora) => por hablar de los más cercanos. Esos iban a la guillotina sin pasar por taquilla, de lo tontos que son, de la poca credibilidad, y de la sobrada demostración de incompetencia, ineptitud, transigencia con la corrupción y falta de habilidades políticas y sociales. Y, sobre todo, por mentirosos de mierda. Si hay una cosa que he aprendido en esta vida, es que no hay que hablar por hablar (cuanto menos mentir), y esta gente dice un día una cosa y otro día otra, se la suda. Da igual que esté todo grabado, es como si no existiera.
Mmm... A estas horas y sigo sin transcribir ná. Vamos allá (aunque no es gran cosa):
[...] Claro que toda reforma en un sentido humanitario tenía que ser colectiva y realizarse por un procedimiento político, y a mis amigos no les era muy difícil convencerme de lo turbio de la política. Llevaban ellos la duda a mi romanticismo; no necesitaban insistir mucho para convencer a un español de que la política era un arte de granujería.
Realmente, la política española nunca había sido nada alto ni nada noble; no era, pues, difícil persuadirme de que no debía tener confianza en ella.
[...]
Estos vaivenes en las ideas, esta falta de plan y de freno me llevaban al mayor desconcierto y a una sobreexcitación cerebral, continua e inútil.

Por encima de cualquier otra consideración: ¿a alguien le extraña que ya se considerase una "granujería" la política española de los tiempos de los que hablaba Baroja en estas líneas? Y no como una novedad, sino como algo sabido y re-sabido desde siglos ha. Este relato pertenece a finales del XIX, cuando el sujeto era estudiante (de medicina) y romántico, y no había árboles en el Paseo del Prado. No hace tanto tiempo, ni tan poco. Y el Madrid de aquellos tiempos sería como hoy es una capital de provincia, donde hay grandes posibilidades de que el hermano del novio de una prima tuya te dé porrazos en una manifa.

Dilátense para otra ocasión los "jarros de agua fría" (que ya han sido soslayados en el día de hoy), así como el motivo "perplejidad: ¿granujería ayer, hoy y mañana?".

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