Costelllo

Hoy he soñado despierto que un gato llamado Costelllo me pedía un ducados mientras hacía gatunadas de esconderse en los rincones y debajo de los muebles. Tenía la voz profunda y daba un poco de miedo, pero sólo era una pobre sombra furtiva y peluda.
He soñado despierto que sólo la luna podía verme por la ventana del baño mientras meaba, porque vivo muy alto, y ha sido un sueño reconfortante. No me importa que me mire, porque es un poco guarra, nos ve a todos por las noches haciendo nuestras necesidades y echando babas sobre la almohada mientras roncamos, o ahogándonos en nuestro propio vómito mientras tiene lugar el fatal desenlace. Le ha tocado ser nuestra madame, y no es que le hagamos gracia, sino que se la traemos al fresco. A ella todo le parece bien con tal de poder vernos.
Comeré mañana los brotes tiernos de la maceta de albahaca, regada diariamente con agua clorada y micropolvo de monóxido de carbono, y a la hora de la siesta pondré mi corazón a secar al sol, que es de secano. ¡Válgame Dios!

En las fiestas del pueblo, alguien llenó el coche del célebre presidente, de mierdas de perro. Y nosotros, chavales, para rematar la faena, plantamos una ristra de petardos de cinco en las mierdas y las hicimos saltar por los aires. Habrán pasado veinte o veinticinco años y hoy, si estuviese de nuevo al amparo de la oscuridad y armado con una traca de petardos de cinco, repetiría la hazaña sin dudarlo ni un instante, y seguiría siendo igual de absurdo, e igual de divertido.

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