El deseo es lo que tiene

Quisiera ser amado por última vez, la postrera, como diría el poetastro. Con el corazón a reventar, la picha erecta y un cigarro a medias, darle un ceremonioso último adiós a este cuerpo y deslizarme silenciosamente en la oscuridad primigenia, de nuevo en el vientre materno, en la soledad del cosmos donde uno grita y no se escucha a sí mismo, donde protesta agitando los brazos, sin tener brazos, en el lugar donde uno se quema y hace frío porque todo está del revés.
Suenan los campanos en la noche profunda, aúlla el viento, y ni siquiera Bártok tiene un escaño a pie de realidad, porque están todas las localidades ocupadas en este inmenso teatro.
Hace mil años medraban las brujas entre el ocaso y el alba, hoy reemplazadas por barmen, súcubos de piernas largas y comisarios 24 horas. Y los líquenes, tan quedos y parsimoniosos, siguen adelantándonos hasta cubrir nuestros cuerpos, esculpiendo formas nuevas para nuestras almas.
Quisiera ser fakir, onda sonora penetrando en la soledad del enfermo, rayo de sol, energía en estado puro, y aún no tengo elaborada la banda sonora de mi propia muerte. Harán con mis cenizas un adobe, y con él un pequeño tótem con las aletas nasales exageradamente anchas, las cejas gordas y un pene mirando hacia las nubes.

Tanto deseo, que es mejor no desear nada. Que otros deseen por mí. Que por cada mil sueños frustrados haya uno cumplido... Eso es correcto.

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