Cañamones

En la más profunda de las tumbas podrá inventariarse un envoltorio de Phoskitos, un tirador roto de Beyblade, un mendrugo de pan de Orzales mendruguificado y un jirón de tela, correspondiente a un gayumbo con sobredosis de lejía. Todo a contraluz. Un hombre-lobo diurno hará guardia y los demás prepararán bocadillos para ir a la playa. El más fuerte gritará al más débil, y el débil derramará unas pocas lágrimas insaboras. Cinco esqueletos recubiertos de carne putrefacta darán una vuelta a la iglesia llevando en andas a Nuestra Señora y sus huesos harán caso omiso de las ortigas. Beberán trina y triturarán tubérculos fritos con sus jóvenes mandíbulas los esqueletos en formación. Gritarán los corazones y otros estarán acallados, recogidos en sus guardamanos. Yo me quitaré las gafas de rayos-x, chuparé las piedras lisas a los lados del camino y me enterraré a poca profundidad para ser un bache o una topera, mientras mis pulmones bailan el jailbreak rock encerrados en mis costillas. Las sensaciones se vestirán de ámbar en el ocaso y jurarán un amanecer de rosáceos dedos bajo la mirada vigilante de los todoterreno del SEPRONA y los taxis de marca Mercedes aparcados en la memoria de la puerta del Peñas Arriba, el Aja y la casa de las Infantas.
La vibración es movimiento, energía, una ruptura perpetua en el espacio-tiempo. A veces son pedos, a veces música, masticar cañamones o lamer pasta de malta. Menesteres. Labores milenarias e informes. Ponerse el despertador es profesar la religión del mañana, encender el horno y cocer pan, guisar judías a fuego lento, afanarse, rellenar el día a golpe de riñón y, a la última, morir lentamente en un lecho de resortes metálicos dispuestos en batería para desollar la carne o lo que venga al caso.

Digo: f.

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