Realmente
En realidad hay muy poco papel en blanco para relatar todo lo que ha pasado en los últimos diez días.
Cuando se lo cuentas a alguien es más fácil, porque algunas cosas puedes resumirlas o bien saltártelas, viendo el interés demostrado.
Escrito es distinto, porque hay que ponerlo todo. Hay que contarlo todo, porque todo interesa (a quien más, a quien menos, pero al autor le interesa todo). Es una enorme bola de pequeños, medianos y diminutos acontecimientos, incluyendo catarros de sobrinas, copas de Europa, hijos pistoleros, "ositos" gays, guisos de atún con tomate, asesinatos de libro, chinos que se asombran al vender una botella de DYC de litro, perroflautas con destino Cancún, historias cancerígenas, proyectos sorprendentes y un montón de cosas más.
Si me viese obligado a escoger un suceso, creo que me quedaría con la mujer que me preguntó en la cola de terapia intravenosa dónde vendían pelucas. Actuaron en la conversación nuestro hermanamiento como acompañantes de cancerosos, así como la profusa verborrea de mi interlocutora. La mujer acompañaba a su hermana. Justo estaban poniéndole el PIC? TIC? CHIC? Vamos: el catéter que va directo de la vena al coraçao, para que la "quimio" no joda forever las venas del paciente. Cada uno va allí con su historia, y allí te encuentras y te la cuentas. Los protagonistas son los enfermos, pero hay un montón de actores secundarios: los acompañantes, el personal del hospital, los voluntarios... Es el gran circo del cáncer. Que, aparte de ser un gran espectáculo, una gran putada y un gran negocio, es una de las mayores causas de muerte para los que superan las otras barreras que nos tiende la Parca durante la vida. En todo este espectáculo, no digo yo que no haya alcohólicos y fumadores, pero lo que más se ve son señoras y señores normales y corrientes: mama, colon, pulmón... ¿Qué más da?
Destaco el detalle porque la mujer que conversaba conmigo estaba también anticipando su propio cáncer. Un cáncer inexistente. Pero ella ya se daba por futura cancerosa. Tenía pinta de haber sufrido el cáncer de más de una persona. Por eso preparaba el suyo propio. A la que acompañaba, iba aprendiéndose los pasos que un día habrá de representar cuando sea ella la protagonista: catéteres, veneno en la sangre, pelucas, cientos de horas consumidas en la sala de espera del hospital, sandwiches recibidos con dolor y lágrimas de agradecimiento.
Realmente, digo, es muy difícil sustraerse del sufrimiento y no prepararse uno mismo para su propio sufrimiento, más o menos cercano. Bienaventurados los años que pueda uno funcionar a pleno rendimiento. Pero en ellos se intercalan una tras otra las muertes de los seres queridos, de otros que menos, pero que afectan a tus seres queridos. Ser capaz de ir ignorando todos esos acontecimientos y poder extraer la médula a la vida (como decía el lema de los Poetas Muertos) es un privilegio al cual habríamos todos de aspirar. Ignorar la muerte. El sufrimiento. El dolor. Tomar todos parte en esta inmensa obra de teatro, o en este sueño, como decía Calderón. Y cuando un actor desaparece del tablado, continuar cada uno con su papel como si nada, actuando para los demás.
A día de hoy, creo que lo más importante es creer en algo y que ese algo no se vaya a tomar por culo a la primera de cambio. Ya casi me imagino que es cuestión de suerte, porque a mí se me han caído religiones, personas y circunstancias. Mi esperanza es haber tenido mala suerte o haber sido idiota hasta ahora, y me esfuerzo por ser cada vez más listo y por buscar la buena suerte (que es necesaria, en cualquier caso).
También se suele decir que uno tiene que aprender a valorar lo que se tiene. No digo que no, y yo lo valoro mucho. Pero cuando uno quiere abandonar la mesa, no hay solomillo vuelta-y-vuelta que valga, ni vino ni chiste que pueda retenerte. Es cada uno quien tiene que valorar lo que más le conviene. Y, bajo cualquier circunstancia, es preferible retirarse a tiempo de la mesa si uno no lo ve claro. Quedarse a pasarlo mal, pues no. Ya habrá más días y noches, y si el chiste era bueno, ya lo contarán igual de bueno al día siguiente.
Cuando se lo cuentas a alguien es más fácil, porque algunas cosas puedes resumirlas o bien saltártelas, viendo el interés demostrado.
Escrito es distinto, porque hay que ponerlo todo. Hay que contarlo todo, porque todo interesa (a quien más, a quien menos, pero al autor le interesa todo). Es una enorme bola de pequeños, medianos y diminutos acontecimientos, incluyendo catarros de sobrinas, copas de Europa, hijos pistoleros, "ositos" gays, guisos de atún con tomate, asesinatos de libro, chinos que se asombran al vender una botella de DYC de litro, perroflautas con destino Cancún, historias cancerígenas, proyectos sorprendentes y un montón de cosas más.
Si me viese obligado a escoger un suceso, creo que me quedaría con la mujer que me preguntó en la cola de terapia intravenosa dónde vendían pelucas. Actuaron en la conversación nuestro hermanamiento como acompañantes de cancerosos, así como la profusa verborrea de mi interlocutora. La mujer acompañaba a su hermana. Justo estaban poniéndole el PIC? TIC? CHIC? Vamos: el catéter que va directo de la vena al coraçao, para que la "quimio" no joda forever las venas del paciente. Cada uno va allí con su historia, y allí te encuentras y te la cuentas. Los protagonistas son los enfermos, pero hay un montón de actores secundarios: los acompañantes, el personal del hospital, los voluntarios... Es el gran circo del cáncer. Que, aparte de ser un gran espectáculo, una gran putada y un gran negocio, es una de las mayores causas de muerte para los que superan las otras barreras que nos tiende la Parca durante la vida. En todo este espectáculo, no digo yo que no haya alcohólicos y fumadores, pero lo que más se ve son señoras y señores normales y corrientes: mama, colon, pulmón... ¿Qué más da?
Destaco el detalle porque la mujer que conversaba conmigo estaba también anticipando su propio cáncer. Un cáncer inexistente. Pero ella ya se daba por futura cancerosa. Tenía pinta de haber sufrido el cáncer de más de una persona. Por eso preparaba el suyo propio. A la que acompañaba, iba aprendiéndose los pasos que un día habrá de representar cuando sea ella la protagonista: catéteres, veneno en la sangre, pelucas, cientos de horas consumidas en la sala de espera del hospital, sandwiches recibidos con dolor y lágrimas de agradecimiento.
Realmente, digo, es muy difícil sustraerse del sufrimiento y no prepararse uno mismo para su propio sufrimiento, más o menos cercano. Bienaventurados los años que pueda uno funcionar a pleno rendimiento. Pero en ellos se intercalan una tras otra las muertes de los seres queridos, de otros que menos, pero que afectan a tus seres queridos. Ser capaz de ir ignorando todos esos acontecimientos y poder extraer la médula a la vida (como decía el lema de los Poetas Muertos) es un privilegio al cual habríamos todos de aspirar. Ignorar la muerte. El sufrimiento. El dolor. Tomar todos parte en esta inmensa obra de teatro, o en este sueño, como decía Calderón. Y cuando un actor desaparece del tablado, continuar cada uno con su papel como si nada, actuando para los demás.
A día de hoy, creo que lo más importante es creer en algo y que ese algo no se vaya a tomar por culo a la primera de cambio. Ya casi me imagino que es cuestión de suerte, porque a mí se me han caído religiones, personas y circunstancias. Mi esperanza es haber tenido mala suerte o haber sido idiota hasta ahora, y me esfuerzo por ser cada vez más listo y por buscar la buena suerte (que es necesaria, en cualquier caso).
También se suele decir que uno tiene que aprender a valorar lo que se tiene. No digo que no, y yo lo valoro mucho. Pero cuando uno quiere abandonar la mesa, no hay solomillo vuelta-y-vuelta que valga, ni vino ni chiste que pueda retenerte. Es cada uno quien tiene que valorar lo que más le conviene. Y, bajo cualquier circunstancia, es preferible retirarse a tiempo de la mesa si uno no lo ve claro. Quedarse a pasarlo mal, pues no. Ya habrá más días y noches, y si el chiste era bueno, ya lo contarán igual de bueno al día siguiente.
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