Malasaña versus Salamanca
Decía mi madre que Malasaña es un nido de delincuentes, poco más o menos el Sodoma y Gomorra madrileño, supongo.
Lo curioso del caso es que antes podría incluso no habérsele quitado la razón. Hace diez años seguían vendiendo coca y jaco en las esquinas, y quemando contenedores en el Dos de Mayo los fines de semana. Aunque, a mi juicio, eso no tenía tanto que ver con la delincuencia como con el crimen organizado que facilitaba la existencia de esa zona franca, con el beneplácito de las autoridades.
¿Y ahora qué? Sigue habiendo gente legal, pero lo que ha habido es una migración en masa de jipis adinerados. Ahora se supone que Malasaña es un barrio de gente guapa. Se mezclan los viejos bohemios con los nuevos famosillos, y lo mismo te encuentras a un pintor famoso de ochenta años que al "torete" (¿torito? ¿torillo? como se llame, el otro día estaba en mi centro de salud). Actores de series españolas, a patadas. Músicos, también. Tiendas cool, hasta la bandera.
La segunda curiosidad es que se perciba la hostilidad a nivel de delincuencia precisamente desde el Barrio Salamanca, donde reside probablemente la aglomeración de delicuentes mayor del reino y que, precisamente, toma su nombre de uno de los mayores rufianes de todos los tiempos de este país, el Marqués de Salamanca, el Botín del siglo XIX. Lo que pasa es que aquí siempre hemos tenido por un lado a los bandoleros que robaban a las gentes de bien, y que eran malísimos y carne de presidio, y por otro a los grandes empresarios, que juegan en una liga aparte donde todo está permitido mientras se forme parte del círculo. A esos les dejábamos organizar la economía y, al cambio de gobierno, les franqueábamos el paso hasta el país vecino, a que se espulgasen mientras las cosas volvían a estar en su sitio.
Se sabe. Se ha dicho millones de veces. Entra por una oreja y sale por la del otro lado. Es esa moral laxa la que tolera que alguien robe, siempre y cuando yo también pueda robar un poco. Superada la primera barrera, la de advertir que a uno le han devuelto dos euros de más en la pescadería y no decir nada, está todo hecho. Como hay otros que son muy malos, yo puedo quedarme con dos pavos y aquí no ha pasado nada. Es lo que hay. Lo malo no es que uno sea un triste ladrón de poca monta, sino que automáticamente quedan justificados los ladrones de catadura mayor. Incluso uno prefiere ser gobernado por ellos, y así todo queda en casa.
Lo curioso del caso es que antes podría incluso no habérsele quitado la razón. Hace diez años seguían vendiendo coca y jaco en las esquinas, y quemando contenedores en el Dos de Mayo los fines de semana. Aunque, a mi juicio, eso no tenía tanto que ver con la delincuencia como con el crimen organizado que facilitaba la existencia de esa zona franca, con el beneplácito de las autoridades.
¿Y ahora qué? Sigue habiendo gente legal, pero lo que ha habido es una migración en masa de jipis adinerados. Ahora se supone que Malasaña es un barrio de gente guapa. Se mezclan los viejos bohemios con los nuevos famosillos, y lo mismo te encuentras a un pintor famoso de ochenta años que al "torete" (¿torito? ¿torillo? como se llame, el otro día estaba en mi centro de salud). Actores de series españolas, a patadas. Músicos, también. Tiendas cool, hasta la bandera.
La segunda curiosidad es que se perciba la hostilidad a nivel de delincuencia precisamente desde el Barrio Salamanca, donde reside probablemente la aglomeración de delicuentes mayor del reino y que, precisamente, toma su nombre de uno de los mayores rufianes de todos los tiempos de este país, el Marqués de Salamanca, el Botín del siglo XIX. Lo que pasa es que aquí siempre hemos tenido por un lado a los bandoleros que robaban a las gentes de bien, y que eran malísimos y carne de presidio, y por otro a los grandes empresarios, que juegan en una liga aparte donde todo está permitido mientras se forme parte del círculo. A esos les dejábamos organizar la economía y, al cambio de gobierno, les franqueábamos el paso hasta el país vecino, a que se espulgasen mientras las cosas volvían a estar en su sitio.
Se sabe. Se ha dicho millones de veces. Entra por una oreja y sale por la del otro lado. Es esa moral laxa la que tolera que alguien robe, siempre y cuando yo también pueda robar un poco. Superada la primera barrera, la de advertir que a uno le han devuelto dos euros de más en la pescadería y no decir nada, está todo hecho. Como hay otros que son muy malos, yo puedo quedarme con dos pavos y aquí no ha pasado nada. Es lo que hay. Lo malo no es que uno sea un triste ladrón de poca monta, sino que automáticamente quedan justificados los ladrones de catadura mayor. Incluso uno prefiere ser gobernado por ellos, y así todo queda en casa.
Comentarios
Publicar un comentario