La alegría del cambio y el reto de la adaptación

La alegría del cambio a veces no existe. En nuestra (de nosotros, la mayoría de los que estamos aquí reunidos) existencia pequeño-burguesa, el cambio suele ser bien recibido. Pintar la casa, irse de vacaciones, ¡qué guay! En general, el cambio es positivo cuando es uno quien lo escoge. Pero si eres un neanderthal y de repente te caen siete metros de nieve en la puerta de tu casa, y tienes que desmontar el chiringo y tirar hacia el sur (o hacia el norte, según), te cagas en la puta madre del cambio.
Luego está la modalidad de cambio "corre para salvar tu vida", en cuyo caso sientes una extraña mezcla de OK y KO. Podría decirse que es una "convulsión", como una especie de movimiento rápido que desdobla tu vida y te pone en otro plano, dejando a su paso una pequeña arruga, falla o cicatriz.
En cualquier caso, siempre nos quedará, tras el cambio, el reto de la adaptación, que siempre es una incógnita. Puede ser un largo camino hacia la desesperación o una vereda llena de pequeñas frutas de sabor explosivo. Chi lo sa? Dar por sentado lo malo y anhelar algo inesperado, manque sea un gusano saliendo de la manzana con la mismita cara de Constantino Romero. Mejor sería una saltadora de pértiga ucraniana, pero puede uno apañarse con el gusano, una explosión nuclear o rompiendo la barrera del sonido en una carrera desenfrenada hacia la muerte.

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