En calma

Noche de calma, aguardando la ola de frío siberiano, prevista para el jueves. Las temperaturas han sufrido un pequeñísimo ascenso, como tomando aire para lo que venga.
En el momento menos pensado, la vida se quiebra. En lo leve y en lo grave, uno va escogiendo su camino y nunca se sabe si habrá tormenta o un bandido nos atravesará de parte a parte con una daga forjada en Leipzig el siglo pasado.
El tiempo es cambio. Y cuando las cosas no cambian uno dice "parece que no ha pasado el tiempo", porque el cambio no es perceptible. Uno puede soñar su vida el martes y, después de cuarenta años, descubrir que es miércoles. O, lo que es peor, ¡lunes! No se hace uno hombre porque le salgan pelos en los cojones. Total, te afeitas y de vuelta a la infancia. Es lo que hacía Peter Pan.
La estructura de control más útil que se ha inventado en programación es el "error handling". Es la llave para salir por la puerta trasera cuando sin querer hemos hecho estallar el edificio. Y uno de los superpoderes más deseados es el Ctrl+Z (Cmd+Z para los de Mac). Las computadoras están hechas a imagen y semejanza de sus homínidos creadores. Tienen memoria (a corto y largo plazo) y capacidad para resolver problemas complejos. Tienen una mejora fundamental: que se pueden configurar para ser una u otra cosa. Por eso existen el Ctrl+Z y el "error handling", por si uno quiere cambiar y empezar de nuevo. Y dentro de poco, por qué no, las máquinas tendrán sentimientos...
¿Qué son los sentimientos? Para mí, una colección de estímulos y respuestas. La clave está en la "asociación de ideas", para que uno pueda relacionar una maceta que puede caerse con un bebé apachurrado, que es nuestro hijo, y nos haga pensar en todo el esfuerzo invertido en ese bebé, la fragilidad de su vida y de la vida, en general, y una serie de cosas que nos hacen mirar con malos ojos a esa maceta asesina, y al mismo tiempo besuquear el bebé y llenarnos de paz interior al comprobar que todo está bien, nosotros, el bebé, la maceta y los pájaros cantores de Viena. Tan sólo hace falta una supercomputadora y muchos años de trabajo, y tendremos máquinas con comportamiento humano, incluyendo los parámetros de la versatilidad de roles, la imprevisibilidad ante ciertos estímulos, etc. Totalmente configurable. Tendremos máquinas suicidas, predicadoras del fin del mundo, tipo seta, mediocres, celosas, inteligentísimas, inseguras... Hay millones de novelas al respecto. Es una cuestión de tiempo.
No obstante, ni la máquina más avezada podrá defenderse de la avaricia de las otras máquinas, la furia de la tormenta y el vacío infinito de la existencia. ¿O sí? ¿Podemos crear una máquina capaz de autoconservarse y, al mismo tiempo, descifrar el sentido del ser? Lo primero parece sencillo: una máquina inmortal. O, al menos, bastante inmortal. Lo segundo, a priori, imposible. Pero sólo la máquina-dios puede dar respuesta a esa pregunta... Pregunta que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿somos hijos de una máquina-dios que no pudo sobrevivir al último big-bang? ¿Existió esa máquina en el pasado? ¿La máquina calculó que la vida surgiría por pura asociación de elementos químicos, igual que había sucedido siempre, y por tanto ni se molestó en crearnos? ¿Por qué estamos empeñados en "ser" a toda costa, si somos a pesar nuestro? ¿Querríamos ser todos la máquina-dios? ¿Qué sentido tiene la supervivencia? Es decir: ¿para qué sirve querer sobrevivir? Ha de tener alguna utilidad misteriosa relacionada con el propio sentido de la existencia, sin ser el mismo sentido de la existencia. Querer existir todo el rato, incluso más allá de la muerte, es absurdo, porque hemos sido, somos y seremos. Ya "somos". Siempre hemos sido. No sé si me explico. ¿Para qué sirve existir todo el rato? Los detractores de la inmortalidad hablan siempre de "degeneración" (como si por vivir más de cien años uno fuese a volverse un asesino violador gilipollesco, o algo así) o de "aburrimiento" (lo sería, definitivamente, un aburrimiento, si uno viviese como un viejo decrépito y enfermo). Y el resto de las personas que queremos vivir a toda costa creo que tenemos un punto en común: la curiosidad, el hambre de conocimiento. Nos gustaría saber, antes de morir con ochenta y tres años, cómo serán nuestros nietos de mayores, si tendrán bisnietos, qué harán con las cosas que ahora nos pertenecen... Muchos tenemos incluso fantasías sexuales fantasmagóricas: "cuando me muera ya vendré a veros de vez en cuando, a ver qué hacéis". Esa curiosidad (y rutinas de bajo nivel similares, como el ensayo y error), junto con las posibilidades técnicas que nos ha dado la evolución (y no digo a los humanos, sino en general a los seres orgánicos con ciclos cortos de vida, incluyendo los tejos milenarios), puede ser una explicación válida para nuestra manía de querer "estar vivos" a toda costa, de resistirnos a mezclar nuestros átomos con otros distintos. Podemos ser la pescadilla que se muerde la cola. Entendemos que no tiene sentido, pero aun así lo hacemos, porque es nuestra manera de ser y no podemos evitarlo, igual que seguimos folla que te folla, aun a sabiendas de que los hijos que engendramos serán comida para gusanos en un par de días (como quien dice). Lo hacemos porque nos gusta y punto. Ostiasssss. Nacionalismo sapiens.

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