Mahjong

Me apunté a una especie de grupo de jugadores de Mahjong. Ya me imaginaba que iba a ser un poco raro, pero yo quería aprender a jugar de todas maneras.
Me presenté allí el miércoles pasado a las seis de la tarde. Como era previsible, el garito apestaba a esencia (jazmín, creo). Era en un segundo piso de la Cava Baja. También había lamparitas con bombillas de bajo voltaje. Sería para ahorrar.
Lauro, el jefe del chiringo u organizador del evento, vestía pelos largos (yo creo que eran extensiones), barba rala, un par de piercing, y se decía histólogo y eso que es parecido a chamán de yerbajos... ¿Homeópata? Creo que sí, pero no estoy seguro. Histólogo sí que dijo. Y algo de yerbas. Tenía los ojos un poco saltones. Lo justo para fascinar sin llegar a inspirar pánico.
Me pusieron en el grupo de principiantes. Eran dos señoras homosexuales de mediana edad y el propio Lauro. Yo pensaba que sería por parejas o algo así, pero no. Era más parecido al "tute". Cuatro jugadores, pero cada uno luchando individualmente por hacer el "mahjong" (lo que sería hacer un "chinchón" en el juego del mismo nombre).
Desde el primer momento me quedó muy claro que las piezas eran carísimas (serían de marfil de dragón chino o algo así) y que no se les podía tirar el cubata encima.
Pin y Pon, como bauticé (en un alarde de originalidad) a las homófilas, hacían frecuentes abluciones de Marie Brizard con hielo. El Lauro, el muy barbián, estaba sobrio y vigilante como el cancerbero.
Menos de Mahjong, allí se hablaba de todo. Pon, la morena, decía cosas para provocar, con su melena corta, su sonrisa profidén, y los hombros brillantes de Nivea. Pin, que debía de ser una lesbi de tipo grumete, enrojecía a ratos y se dejaba arrastrar lentamente por la espiral libidinosa del anís mezclado con sus deseos latientes. Al Lauro, por su parte, le sudaban la polla las perversidades de Pon, el mahjong y la profanación del mismo que suponía el mero hecho de practicarlo junto a dos anisados volcanes de la isla de Lesbos y un "believer" iniciático mojado en Doble-V. Para él lo importante eran los escaramujos que curaban el nerviosismo del hijo de su vecina y el hecho de estar disponible de 9 a 14 horas, todos los días del año, para aliviar cualquier malestar del cuerpo y del espíritu.
En ningún momento me explicó nadie por qué había que estar desnudo para jugar al Mahjong. Al principio supuse que sería una manía oriental y me lo tomé muy en serio. Me desnudé completamente al llegar y aparenté naturalidad, como si yo siempre estuviese en pelotas en mi casa y en el trabajo, y en todas partes. Tampoco quise preguntar. Imaginé que me dirían que si me molestaba me podía ir con viento fresco, que allí se iba sólo a jugar al Mahjong y no a contestar preguntas idiotas. Era el único grupo de mahjong que me pillaba cerca de casa, así que era mejor tener el pico cerrado.
La Pin y la Pon desaparecieron un rato, supuestamente para "empolvarse" en el lavabo. Yo aproveché para asomarme al balcón a echar un cigarro. Este abril ha venido caluroso, así que ni me molesté en echarme la camiseta por encima y salí como estaba. Total, mi pene ya estaba acostumbrado a la libertad... A pocos metros estaba la vieja tienda de semillas al peso, ahora reconvertida en nosequé cosa (¿peluquería? ¿óptica?). A pesar de lo céntrico del lugar, y de que no hacía un calor excesivo, la calle estaba muerta, como un pueblo de Ciudad Real en agosto a la hora de la siesta. Salí de mi enmimismamiento cuando escuché los sollozos histéricos de Pin, que estaba ofendida por algo y se vestía a toda prisa para abandonar el lugar. La Pon (con casi total seguridad, la culpable de la situación), salía tranquilamente del empolvadero y se dirigía hacia la partida de Mahjong, que se hallaba en suspenso. La Pon dijo algo tipo "déjala, es una histérica" y el Lauro, que bizqueaba un poco (debido a la sorpresa), le ofreció una tila a la Pin. Ella, para su mayor aún sorpresa, aceptó. Lo más parecido que había allí a la tila era una maceta con tomillo de vivero, así que Lauro tuvo que vestirse para ir al bar de abajo a conseguir la dichosa tila.
Ya no se pudo continuar la partida. Los otros dos grupos de mahjong siguieron a lo suyo, como si nada, y el Lauro se puso de psicólogo con Pin y Pon en los diez minutos que quedaban. Yo, que le había cogido el gustillo a la desnudez, decidí apurar la hora echándome otro pitillo en el balcón. Me pilló justo en ese momento de la tarde en que el sol se mueve rápidamente y hace un "barrido" por tu cuerpo, dejando la mitad caliente y la otra mitad fría, a merced de las caprichosas briznas del viento abrilero. Sonaba en algún lugar "Una paloma blanca" de Antonio Molina, probablemente en el cassette de alguna señora vieja que disfrutaba en sus pies el sol de abril por nonagésima vez en su vida.
El próximo miércoles, más.

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