Amor y adicción
Hay cosas que no sé si estoy enamorado de ellas o soy adicto a ellas. Hoy tampoco veo la diferencia entre estar enamorado o ser adicto a algo. Conceptualmente, supongo que cuando eres "adicto" a algo y te lo quitan, se te acaba quitando la adicción, el enamoramiento. Y si estás enamorado, no se te quita (???). O será que si estás simplemente enamorado se te acaba quitando, pero si amas estás perdido.
Pero en lo inmediato, el amor salvaje y la adicción son idénticos, creo yo. El amor salvaje sólo sería comparable, no obstante, a las drogas duras. No se puede comparar con fumar o beberse copas. Uno puede no tomarse la última antes de ir a dormir, y darle igual. O apagar un cigarrillo igual que se lo ha encendido, sin mayores dramas. Uno puede prescindir de un cigarro durante tres horas, está demostrado. Las drogas duras, sin haberlas probado, parece que tienen los mismos síntomas que el amor salvaje. Quitarlas de enmedio causa trastornos graves o muy graves, y recuperarse personalmente después de haberlas quitado es un proceso largo y difícil, y casi siempre expuesto a recaídas.
Ambas cosas (las adicciones fuertes y el amor) pueden desequilibrar y matar a una persona, o dejarle a uno para el arrastre, para toda la vida.
Lo que diferencia una adicción cutre de otra fuerte (o un enamoramiento pasajero o endeble de otro persistente y duradero) es la gravedad: si a un tipo le quitas el cigarro y se lo pisas, se mosquea. Si le quitas el jaco y se lo pisas, te arriesgas a llevarte cuatro navajazos.
Lo peor, no obstante, es cuando la droga tiene vida propia y puede decidir quitarse ella misma de enmedio.
Yo amo unos ojos y una voz sorda, cristalina, apenas audible, detrás del rugido de las guitarras. Amo unas huellas sonoras (como el disco de Juan Perro) que no sé si son mías o de otro. Amo algo que nunca será mío. Amo unas ojeras y un olor a sobaco. Y si pudiera tomarme una pastilla borralotodo y empezar una vida nueva, la tiraría sin vacilar por el agujero del váter.
Yo mismo, a pesar mío, soy droga y amor voladizo y esquivo. Si existiera el amor perfecto, la droga perfecta, sería el mismo centro del universo, la cura de todos los males, el principio y el fin de todo. No existiría el pecado. El tiempo se detendría y todos admiraríamos ese amor en la eternidad, sin cansancio, sin comidas de tarro.
Ahora me quedo inerte, soñando estar anudado con mi voz cristalina y apenas audible, rodeado de corcheas estruendosas, desnuda la piel contra viento y marea, azotado por los rigores climáticos, esbozando una media sonrisa por un lado y lagrimeando a grifo abierto por el otro.
Una vez soñé que me ahogaba en una tempestad, en el mar. Al principio era angustioso. Después, la calma. La fusión con las partículas, el "gnomos" griego. El reencuentro con algo sobradamente conocido y largamente olvidado. El reencuentro con la muerte, podría decirse, o con la vida plena, libre de polvo y paja. Una vez murió uno para convertirse en vivo y después regresó para convertirse en muerto.
Pero en lo inmediato, el amor salvaje y la adicción son idénticos, creo yo. El amor salvaje sólo sería comparable, no obstante, a las drogas duras. No se puede comparar con fumar o beberse copas. Uno puede no tomarse la última antes de ir a dormir, y darle igual. O apagar un cigarrillo igual que se lo ha encendido, sin mayores dramas. Uno puede prescindir de un cigarro durante tres horas, está demostrado. Las drogas duras, sin haberlas probado, parece que tienen los mismos síntomas que el amor salvaje. Quitarlas de enmedio causa trastornos graves o muy graves, y recuperarse personalmente después de haberlas quitado es un proceso largo y difícil, y casi siempre expuesto a recaídas.
Ambas cosas (las adicciones fuertes y el amor) pueden desequilibrar y matar a una persona, o dejarle a uno para el arrastre, para toda la vida.
Lo que diferencia una adicción cutre de otra fuerte (o un enamoramiento pasajero o endeble de otro persistente y duradero) es la gravedad: si a un tipo le quitas el cigarro y se lo pisas, se mosquea. Si le quitas el jaco y se lo pisas, te arriesgas a llevarte cuatro navajazos.
Lo peor, no obstante, es cuando la droga tiene vida propia y puede decidir quitarse ella misma de enmedio.
Yo amo unos ojos y una voz sorda, cristalina, apenas audible, detrás del rugido de las guitarras. Amo unas huellas sonoras (como el disco de Juan Perro) que no sé si son mías o de otro. Amo algo que nunca será mío. Amo unas ojeras y un olor a sobaco. Y si pudiera tomarme una pastilla borralotodo y empezar una vida nueva, la tiraría sin vacilar por el agujero del váter.
Yo mismo, a pesar mío, soy droga y amor voladizo y esquivo. Si existiera el amor perfecto, la droga perfecta, sería el mismo centro del universo, la cura de todos los males, el principio y el fin de todo. No existiría el pecado. El tiempo se detendría y todos admiraríamos ese amor en la eternidad, sin cansancio, sin comidas de tarro.
Ahora me quedo inerte, soñando estar anudado con mi voz cristalina y apenas audible, rodeado de corcheas estruendosas, desnuda la piel contra viento y marea, azotado por los rigores climáticos, esbozando una media sonrisa por un lado y lagrimeando a grifo abierto por el otro.
Una vez soñé que me ahogaba en una tempestad, en el mar. Al principio era angustioso. Después, la calma. La fusión con las partículas, el "gnomos" griego. El reencuentro con algo sobradamente conocido y largamente olvidado. El reencuentro con la muerte, podría decirse, o con la vida plena, libre de polvo y paja. Una vez murió uno para convertirse en vivo y después regresó para convertirse en muerto.
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