La sombra

Hay una sombra que me viene persiguiendo desde siempre. Además de sombra, es peso invisible e inquietante susurro zumbón.
Es como si algo no estuviera en su sitio.
Cuando doy un paso hacia delante (es un decir) y creo que piso firme, la sombra me oscurece el camino, lo desdibuja, y vuelvo a encontrarme anclado en un punto indeterminado, sin poder avanzar ni retroceder.
Quisiera agarrarla y cortarle el gañote, como hubiesen hecho los hombres del capitán Garfio, pero eso, aplicado a una sombra, no deja de ser un homicidio de broma, aunque sin gracia.
Por algún motivo, siempre me he imaginado el futuro lleno de luz, como en las pelis americanas, con yerba y mantel de cuadros, los perros sorbiendo en el río y una navaja cortando pan. Pero, por ahora, resulta más claroscuro tenebrista, húmedo y sordo. Al más mínimo giro, la luz se convierte en sombra traicionera, y el tipo que maneja la luz se ríe entre dientes, esperando mi próxima caída. Aprendí desde pequeño a no caerme. Cuando cambia la luz, hay que quedarse muy quieto, inmóvil, para que el hombre que maneja la luz crea que uno ha muerto. Y luego, cuando exista la calma infinita, seguir avanzando hacia ninguna parte.
A veces creo que nadie maneja la luz, que es la sombra quien se mueve de sitio, y que el agua la persigue y lo vuelve todo resbaladizo e incierto con sus reflejos.
Anuncio por palabras: cambio temporalmente sombras inciertas y húmedas por encierro en caleidoscopio modernista.

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