La sombra del colegio

Es alargada.
Yo me lo pasé bastante mal en el colegio aunque, sin colegio (y aledaños: algunos amigos y actividades que no hubiesen existido sin colegio), seguramente me lo habría pasado mucho peor.
Luego fui a la Universidad por ir, a estudiar una cosa que me gustaba, pero que en realidad no me gustaba (porque la gran mayoría de las cosas que me enseñaban me producían úlcera y malestar general). Y tampoco había amigos (me daba repelús la gente de mi clase) ni actividades complementarias que valiesen el prolongar la tortura por más tiempo. Así que al año y algo di por zanjada la cuestión educativa que cerraba la etapa de mis primeros 20 años de vida.
Después de un tiempo, una historia de lo más común: chico conoce chica, chica conoce chico, chico mete pene en vagina de la chica y cataplún, los niños a la guardería.
Desde hace ya tiempo vuelvo a poner el despertador a una hora concreta, la misma todos los días. Y estoy siempre en desacuerdo con esa hora. Me parece una hora ilógica. ¿Por qué ponen el colegio a esa hora, si todo el mundo está durmiendo? No se sabe. A ver si me explico: las personas normales están durmiendo a las siete y media de la mañana (por eso se ponen el despertador). Entonces, eso significa que todos (profesores, alumnos, el señor de mantenimiento, etc.) se tienen que despertar adrede para ir al colegio. Vamos a ver: si todo el mundo está durmiendo a las siete y media, ¿por qué no se enciende el colegio más tarde, cuando la gente ya se haya despertado, lavado y desayunado, a las once o así? Total, si lo único que hacen allí es gilipolleces.
O sea, que me despierto y vuelvo a hacer todo lo que hacía antes y un poquito más: preparar material escolar, muchos desayunos (antes era sólo uno), despertar a otras personas, con lo molesto que eso es, cuando no prácticamente imposible, llevar al colegio a otros, etc. Luego se lleva uno a sí mismo a su trabajo, se prepara sus materiales trabajísticos, etc. Al rato hay que cocinar y volver a por los hijos (los días que no se quedan al comedor), traerles, insistirles para que coman, insistirles para que se pongan los zapatos porque hay que volver a irse, llevarles otra vez, regresar, etc. Al rato, otra vez, a por ellos, habiendo preparado antes meriendas y demás parafernalias. Tiemblo sólo de pensar en cuando tengan que hacer deberes (y no quieran hacerlos, se entiende).
Lo peor son los señores de los colegios. Yo pensaba que los colegios sólo existían para torturar a los niños y que, en realidad, los adultos se descojonaban, se guiñaban un ojo cuando nadie les veía, ese tipo de cosas... ¡Pero no! Parece que es real. El colegio es real. Es decir: las personas del colegio piensan que el colegio es una cosa de verdad. Cuando te dicen que tu hijo lo hace muy bien o muy mal, lo dicen en serio (!). No paro de acordarme de un profesor que teníamos que recompensaba a los que lo hacían bien con bolitas de anís (cuanto mejor lo hacías, más bolitas de anís te tocaban, y no digo que fuese algo bueno). Y cuando se cabreaba, te restaba bolitas (se hacía un cómputo semanal o algo así, y podías perder todas tus bolitas de anís si la cagabas). Estamos hablando de un señor adulto, pongamos cuarenta y cinco años en aquella época, al que se le hinchaba la vena del cuello y gritaba como un poseso ¡te voy a quitar dos bolitas de anís! Siempre había pensado que eran cosas de colegios, que no eran reales. Pero ahora me imagino perfectamente a ese señor como profesor de mi hijo, diciéndome a la salida del cole: "su hijo hoy estaba hablando con el compañero en mitad de la explicación y he tenido que quitarle dos bolitas de anís, francamente pienso que habría que vigilar ese comportamiento". Y yo, de niño, pensaba que le dirían a mi viejo: "qué jodío el niño, se puso a hablar en medio de clase y tuve que acojonarle quitándole dos bolitas de anís, seguro que de mayor se parte de risa, pero hoy está algo alicaído el pobre". Pero no. Lo de las bolitas y lo de levantarse a las siete y media va en serio. Y todo lo demás también. ¡Están locos! Y son peligrosos.

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