Boquerones a euro
Sigue una reflexión sobre lo humano, social y económico de lo más típico (lo digo por si alguien quiere saltarse directo al post anterior sobre las patatas, que es más entretenido).
En tiempo de crisis, como de guerra (que también es crisis), están los muchos que las pasan canutas, la grandísima mayoría, los pocos que aprovechan y se forran, y otros pocos que van de guerrilla, pasando por encima de los unos y de los otros, tomando lo que hay en el día a día. Hablo en todo caso de las personas de a pie.
Es una cuestión de carácter.
La mayoría "normal", por así decirlo, es la que sufre los daños, en mayor o menor medida. En la balanza de la crisis, que suele constar de dos polos, unos se ponen en un platillo y los otros en el opuesto. Pero, en suma, no se deciden a subir a sabotear el fiel para ponerlo a su favor. Piensan que al final habrá más unidades en su platillo y que, por tanto, se inclinará a su favor. Y cuando finalmente la cosa se inclina declaradamente hacia uno de los lados, los del platillo perdedor saltan al ganador y se mezclan como pueden con el resto del grano.
Una minoría de "capullos" aprovecha, como se dijo arriba, y se forra de pasta. En el contexto moderno, y en la presente crisis, podríamos hablar de los dentistas que suben religiosamente el precio de sus servicios, como si nada pasase, a sabiendas de que las multitudes seguirán haciendo el esfuerzo de arreglarse la boca, porque un diente, a diferencia de un diamante, no es para siempre. También se suceden los vendedores de empleos. Los intermediarios se siguen forrando y al mulo le pagan menos porque, al fin y al cabo, tiene que escoger entre 800 euros al mes y la nada más absoluta. También proliferan los vendedores de pócimas milagrosas que curan el mal, sea la peste o el paro: "¡Trabajo de monitor deportivo!", rezan los reclamos. Y siguen, en letra pequeña: "Por 600 euros de ná, te damos un título en una semana y conseguirás una colocación a través de nuestra bolsa de trabajo". Y así de todos los oficios: informáticos, peluqueros, celadores y saltimbanquis. En una semana, por el módico precio de un mes de sueldo, todos trabajando. ¿Y los negocios de comida rápida? Saturados. ¿Y los otros de al lado? También hacen su agosto. Creo que fueron los de Viena Capellanes (?): "Come caliente por uno con veinte". No está mal. Caldo de cola de pescado o un sandwich petado de mayonesa del MACRO. Y, si me apuras, yo hasta ofrecería de comparsa un agua de té, que tonifica y es diurético. Caldo con caldo y agua del grifo para remediar la crisis y llenar el bolsillo del comerciante avieso de copa y puro.
Los guerrilleros —aquí me incluyo, por ahora— vamos con ventaja, porque ya antes íbamos a contracorriente y ahora seguimos al pie del cañón, cada uno con sus ideas, sus productos y servicios. Tenemos el ojo acostumbrado a vislumbrar nuestros pequeños objetivos entre las nubes de polvo que levantan tanto los periodos de bonanza como los otros. Tenemos un plan anticrisis porque ya antes estábamos en crisis. Sabíamos qué hacer en época de carestía y falta de recursos, teníamos marcados en un mapa los oasis del desierto (aunque nunca los hubiésemos visto con nuestros propios ojos), porque sabíamos que los pozos que calmaban nuestra sed un día se secarían y habríamos de partir.
En tiempo de crisis, como de guerra (que también es crisis), están los muchos que las pasan canutas, la grandísima mayoría, los pocos que aprovechan y se forran, y otros pocos que van de guerrilla, pasando por encima de los unos y de los otros, tomando lo que hay en el día a día. Hablo en todo caso de las personas de a pie.
Es una cuestión de carácter.
La mayoría "normal", por así decirlo, es la que sufre los daños, en mayor o menor medida. En la balanza de la crisis, que suele constar de dos polos, unos se ponen en un platillo y los otros en el opuesto. Pero, en suma, no se deciden a subir a sabotear el fiel para ponerlo a su favor. Piensan que al final habrá más unidades en su platillo y que, por tanto, se inclinará a su favor. Y cuando finalmente la cosa se inclina declaradamente hacia uno de los lados, los del platillo perdedor saltan al ganador y se mezclan como pueden con el resto del grano.
Una minoría de "capullos" aprovecha, como se dijo arriba, y se forra de pasta. En el contexto moderno, y en la presente crisis, podríamos hablar de los dentistas que suben religiosamente el precio de sus servicios, como si nada pasase, a sabiendas de que las multitudes seguirán haciendo el esfuerzo de arreglarse la boca, porque un diente, a diferencia de un diamante, no es para siempre. También se suceden los vendedores de empleos. Los intermediarios se siguen forrando y al mulo le pagan menos porque, al fin y al cabo, tiene que escoger entre 800 euros al mes y la nada más absoluta. También proliferan los vendedores de pócimas milagrosas que curan el mal, sea la peste o el paro: "¡Trabajo de monitor deportivo!", rezan los reclamos. Y siguen, en letra pequeña: "Por 600 euros de ná, te damos un título en una semana y conseguirás una colocación a través de nuestra bolsa de trabajo". Y así de todos los oficios: informáticos, peluqueros, celadores y saltimbanquis. En una semana, por el módico precio de un mes de sueldo, todos trabajando. ¿Y los negocios de comida rápida? Saturados. ¿Y los otros de al lado? También hacen su agosto. Creo que fueron los de Viena Capellanes (?): "Come caliente por uno con veinte". No está mal. Caldo de cola de pescado o un sandwich petado de mayonesa del MACRO. Y, si me apuras, yo hasta ofrecería de comparsa un agua de té, que tonifica y es diurético. Caldo con caldo y agua del grifo para remediar la crisis y llenar el bolsillo del comerciante avieso de copa y puro.
Los guerrilleros —aquí me incluyo, por ahora— vamos con ventaja, porque ya antes íbamos a contracorriente y ahora seguimos al pie del cañón, cada uno con sus ideas, sus productos y servicios. Tenemos el ojo acostumbrado a vislumbrar nuestros pequeños objetivos entre las nubes de polvo que levantan tanto los periodos de bonanza como los otros. Tenemos un plan anticrisis porque ya antes estábamos en crisis. Sabíamos qué hacer en época de carestía y falta de recursos, teníamos marcados en un mapa los oasis del desierto (aunque nunca los hubiésemos visto con nuestros propios ojos), porque sabíamos que los pozos que calmaban nuestra sed un día se secarían y habríamos de partir.
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