El último adiós

Hace ya tiempo que tengo pensado lo que voy a decirle a mi viejo cuando esté en el lecho de muerte:
—Padre, te has fumado y te has bebido todo lo que había. Es admirable, en serio.
—Caug, caug --> tos.
—Ahora vete y descansa.
Y se acabó.
¿Pero quién sabe si no tendrá que decírmelo antes él a mí? Esa gente está hecha de una pasta especial... Igual un día te encuentras valiente y les tumbas a copas, pero luego te enteras de que ya venían bebidos de casa y tu bravuconada se queda en eso, en bravuconada.
Recuerdo un día, a las 7 de la mañana, en las mudanzas. F, uno de esos de los que hablo, se apostó en la puerta del camión, la del copiloto, y orinó (esa gente "orina", no "hace pis"). Orinó como una vaca. Es decir: chorro gordo y continuado. El camión estaba en cuesta y la fuerza de la gravedad arrastró el líquido elemento hasta donde estaban las mantas, en el suelo, en la parte trasera del camión (en mudanzas se emplean mantas para proteger los muebles y esas cosas, al menos hasta ese glorioso día). Feliciano era de tinto y después de vaciar la vejiga se subía una lavadora él solo por la escalera.
Las oscuras tinieblas de la españa rural y obrera han engendrado seres increíbles capaces de vencer cualquier obstáculo. Hoy en día no somos nada si no tomamos un Actimel antes de ir a dormir. Pero esa gente de la que hablo se fuma cuatro paquetes diarios, cierra todos los bares y después se levanta a las seis para mear, lavarse las manos con lejía y saludar al nuevo día con un chorro de coñac en una taza de café solo y un cigarro puro. Son los príncipes incombustibles de la realidad.
Brindo a su salud.

Comentarios