Necesidad de dios
Uno nace y se va creando necesidades, aparte de las básicas: vestir de una forma, vivir en el barrio tal que es menos peligroso, conducir el coche cual que tiene un poco más de motor o maletero, tener un móvil cuantos con GPS porque uno nunca sabe si se va a perder por ahí...
Y después uno tiene "flechazos", que es lo mismo que crearse necesidades, pero de tipo "flechazo" o "enamoramiento súbito". Zás. De un día para otro, uno está convencido de que no hay nada mejor que esa cosa que ayer no conocía y que ahora le resulta imprescindible de la muerte.
Dios encaja en ambos sitios. Hay gente que cree en dios de toda la vida. Y gente que ha ignorado el concepto "dios" hasta que un día, de repente, lo ha "descubierto" y se lo ha quedado para siempre.
Me refiero a "dios" como al ser supremo que todo lo rige y que además exige de nosotros una serie de normas concretísimas que están apuntadas en los libros. O sea, al dios de las religiones cristiana, judía, musulmana, etc. El dios ése que dice que hay que ir a misa los domingos, ayunar en el ramadán, pintarse los labios verdes los días 4 de los febreros bisiestos o enterrar a los muertos en tierra, o si no quemarlos y echarlos al mar en una barcaza, meterlos en una piramidaza de lujo... Lo que sea. Pero siempre son cosas, leyes concretísimas y la mar de rigurosas. Si pasas de ellas, rápidamente te lapidan (literalmente te tiran piedras hasta que te matan y te sepultan) o, lo que es peor, te condenan a una especie de "infierno" para toda la eternidad, para que te quemes en el fuego que nunca se consume (y tú tampoco te consumes, tú ahí te quemas todo el rato para siempre y siempre con un sufrimiento extremo inconcebible para la mente humana).
Ahora que existe la opción de no ser religioso (si vives en un país occidental), parece que se observa claramente, públicamente, lo que ya se observaba de tapadillo durante toda la historia: no eres más ni menos feliz si eres religioso. Si acaso, más infeliz. Una cosa es ser "buen hombre" (o "buenhombre") y otra cosa es ser religioso de primera división, con todas tus misas, confesiones semanales y conocimiento de las categorías demoníacas, la biblia y la madre que los parió a todos. Para ser "buen hombre" sólo hace falta... ¡Ser hombre! Por fin lo hemos descubierto. Se puede ser buen hombre sin ser religioso. Buena persona. Das un cigarro si te lo piden, prestas el boli, le dejas el asiento a la preñada en el metro... Incluso te vas a los archifamosos "negritos del África" para darles vacunas, mantas y comiditas en lata. ¡Y no tienes por qué creer en dios!
Es magnífico tomar el mando, asirse al timón de la propia vida. No hay nadie que te juzgue, nadie que conozca tus secretos. Tú respondes ante ti mismo. Si soy un hijoputa, lo soy. Si soy majete, lo soy. No tengo que ser "bueno" porque si no me da dios con el mazo. Si dios no existe, yo navego libremente por el mar. Sin rumbo. ¿Sin rumbo? ¡No! Resulta dequeno. Si quiero puedo tener un rumbo. La libertad es asín.
Indudablemente se es más libre sin dios. Sin estado. Sin consensos sospechosos. Todo lo sospechoso coarta. El consenso sólo puede salir del corazón de uno y del de al lado. No se puede razonar. Si es, es. Si ya hay que pensar el porqué, no es consenso, porque es calculado. Si sirve para algo, no es consenso. Si surge de algo, no es consenso.
La historia antigua está petada de dioses, estados, feudos y demonios. Asín que nos iba, todo el día dale que te pego a la guerra y la esclavitud, sin tener un mal clínex para sonarnos los mocos. Ahora somos más hijos de la gran puta pero sin justificación. Antes éramos representantes de dios en la tierra y ahora somos sólo unos hijos de puta redomados. Simples abogados, farmacéuticas y jefes de obra. Dios ya no es excusa. Las leyes son muy imperfectas, pero valen para tapar los agujeros gordos. Y tampoco nos protegen. El que roba y es jefe del gobierno, es hijoputa. La ley no le ampara, aunque sí lo hagan otros. Está bien porque uno sólo puede esconderse detrás de sí mismo y de los de al lado. Por fin estamos jugando el juego de la vida. Por fin necesitamos a los de al lado para protegernos, alimentarnos, para prosperar, para morir. Vamos todos en el mismo barco, sin dios que nos ampare, pero la Estrella Polar está siempre ahí arriba para decirnos dónde está el norte.
Cuando caen chuzos de punta, tenemos paraguas. Cuando hacer frío, nos abrigamos. Y el que quiera un dios, todavía puede encontrarlo alrededor de un buen fuego.
Y después uno tiene "flechazos", que es lo mismo que crearse necesidades, pero de tipo "flechazo" o "enamoramiento súbito". Zás. De un día para otro, uno está convencido de que no hay nada mejor que esa cosa que ayer no conocía y que ahora le resulta imprescindible de la muerte.
Dios encaja en ambos sitios. Hay gente que cree en dios de toda la vida. Y gente que ha ignorado el concepto "dios" hasta que un día, de repente, lo ha "descubierto" y se lo ha quedado para siempre.
Me refiero a "dios" como al ser supremo que todo lo rige y que además exige de nosotros una serie de normas concretísimas que están apuntadas en los libros. O sea, al dios de las religiones cristiana, judía, musulmana, etc. El dios ése que dice que hay que ir a misa los domingos, ayunar en el ramadán, pintarse los labios verdes los días 4 de los febreros bisiestos o enterrar a los muertos en tierra, o si no quemarlos y echarlos al mar en una barcaza, meterlos en una piramidaza de lujo... Lo que sea. Pero siempre son cosas, leyes concretísimas y la mar de rigurosas. Si pasas de ellas, rápidamente te lapidan (literalmente te tiran piedras hasta que te matan y te sepultan) o, lo que es peor, te condenan a una especie de "infierno" para toda la eternidad, para que te quemes en el fuego que nunca se consume (y tú tampoco te consumes, tú ahí te quemas todo el rato para siempre y siempre con un sufrimiento extremo inconcebible para la mente humana).
Ahora que existe la opción de no ser religioso (si vives en un país occidental), parece que se observa claramente, públicamente, lo que ya se observaba de tapadillo durante toda la historia: no eres más ni menos feliz si eres religioso. Si acaso, más infeliz. Una cosa es ser "buen hombre" (o "buenhombre") y otra cosa es ser religioso de primera división, con todas tus misas, confesiones semanales y conocimiento de las categorías demoníacas, la biblia y la madre que los parió a todos. Para ser "buen hombre" sólo hace falta... ¡Ser hombre! Por fin lo hemos descubierto. Se puede ser buen hombre sin ser religioso. Buena persona. Das un cigarro si te lo piden, prestas el boli, le dejas el asiento a la preñada en el metro... Incluso te vas a los archifamosos "negritos del África" para darles vacunas, mantas y comiditas en lata. ¡Y no tienes por qué creer en dios!
Es magnífico tomar el mando, asirse al timón de la propia vida. No hay nadie que te juzgue, nadie que conozca tus secretos. Tú respondes ante ti mismo. Si soy un hijoputa, lo soy. Si soy majete, lo soy. No tengo que ser "bueno" porque si no me da dios con el mazo. Si dios no existe, yo navego libremente por el mar. Sin rumbo. ¿Sin rumbo? ¡No! Resulta dequeno. Si quiero puedo tener un rumbo. La libertad es asín.
Indudablemente se es más libre sin dios. Sin estado. Sin consensos sospechosos. Todo lo sospechoso coarta. El consenso sólo puede salir del corazón de uno y del de al lado. No se puede razonar. Si es, es. Si ya hay que pensar el porqué, no es consenso, porque es calculado. Si sirve para algo, no es consenso. Si surge de algo, no es consenso.
La historia antigua está petada de dioses, estados, feudos y demonios. Asín que nos iba, todo el día dale que te pego a la guerra y la esclavitud, sin tener un mal clínex para sonarnos los mocos. Ahora somos más hijos de la gran puta pero sin justificación. Antes éramos representantes de dios en la tierra y ahora somos sólo unos hijos de puta redomados. Simples abogados, farmacéuticas y jefes de obra. Dios ya no es excusa. Las leyes son muy imperfectas, pero valen para tapar los agujeros gordos. Y tampoco nos protegen. El que roba y es jefe del gobierno, es hijoputa. La ley no le ampara, aunque sí lo hagan otros. Está bien porque uno sólo puede esconderse detrás de sí mismo y de los de al lado. Por fin estamos jugando el juego de la vida. Por fin necesitamos a los de al lado para protegernos, alimentarnos, para prosperar, para morir. Vamos todos en el mismo barco, sin dios que nos ampare, pero la Estrella Polar está siempre ahí arriba para decirnos dónde está el norte.
Cuando caen chuzos de punta, tenemos paraguas. Cuando hacer frío, nos abrigamos. Y el que quiera un dios, todavía puede encontrarlo alrededor de un buen fuego.
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