El Pichulín
Uno de los privilegios de ser adulto es que uno puede comprar cosas que siempre ha deseado. No es por poder adquisitivo (aunque a veces también), sino por el poder de decidir si uno compra o no algo.
El paradigma sería el tipo a quien siempre le prohibieron tener animales en casa y, una vez en su vida adúltera, se compra (o adquiere) un perro, un gato, una iguana, lo que sea.
Digo que no es poder adquisitivo porque muchas veces la cosa no vale. Mi primer gato de la vida adulta fue regalado y el segundo también. Y, por lo general, las cosas que deseo ardientemente valen poco o nada de dinero. Es sólo por el placer de hacer o poseer una cosa, la que sea, porque siempre ha sido un deseo.
Las cosas que he deseado y que costaban dinero solían ser deseos de adulto, aunque también tenían su punto infantil, porque al adquirirlas uno se sentía apurado, como haciendo algo prohibido. Hablamos de caprichos.
Sin más preámbulos, les dejo con el Pichulín, que es una de mis más recientes adquisiciones.
Se trata de un cenicero español, por decirlo de manera resumida, aunque en realidad representa muchas más cosas.
Podría sustituirse por un toro con banderillas de colores nacionales o una sevillana vestida de gualda y rojo, por qué negarlo. Pero la combinación de los colores nacionales y los reyes de la baraja, sumándole el viejo mecanismo de muelle que hace que las colillas queden en el depósito acabó por conquistarme. Este modelo, además, al presionar la cosa negra, hace que gire la base donde se aposentan las cenizas y colillas, haciendo que caigan al depósito por la fuerza centrífuga. Así que la mezcla de tradición y tecnología terminó por enamorarme.
Y desde aquí un tributo breve a uno de los grupos que le gusta a mi hijo:
Y ahora pongo también una instantánea de algo que siempre quise tener, por el solo placer de poseer: la ratonera, y encima cargada de roquefort.
Poco más se puede decir. Es la gloria plena, si se me permite la expresión. Personalmente, odio el dibujito en rojo (le da un aire profesional), y nunca jamás en mi vida sería capaz de cargar la trampa si supiese que hay un ratón en casa.
Poco más se puede decir porque muchos sabemos lo que significa poseer una ratonera de este estilo, y es algo que no se puede explicar con palabras.
El paradigma sería el tipo a quien siempre le prohibieron tener animales en casa y, una vez en su vida adúltera, se compra (o adquiere) un perro, un gato, una iguana, lo que sea.
Digo que no es poder adquisitivo porque muchas veces la cosa no vale. Mi primer gato de la vida adulta fue regalado y el segundo también. Y, por lo general, las cosas que deseo ardientemente valen poco o nada de dinero. Es sólo por el placer de hacer o poseer una cosa, la que sea, porque siempre ha sido un deseo.
Las cosas que he deseado y que costaban dinero solían ser deseos de adulto, aunque también tenían su punto infantil, porque al adquirirlas uno se sentía apurado, como haciendo algo prohibido. Hablamos de caprichos.
Sin más preámbulos, les dejo con el Pichulín, que es una de mis más recientes adquisiciones.
Se trata de un cenicero español, por decirlo de manera resumida, aunque en realidad representa muchas más cosas.
Podría sustituirse por un toro con banderillas de colores nacionales o una sevillana vestida de gualda y rojo, por qué negarlo. Pero la combinación de los colores nacionales y los reyes de la baraja, sumándole el viejo mecanismo de muelle que hace que las colillas queden en el depósito acabó por conquistarme. Este modelo, además, al presionar la cosa negra, hace que gire la base donde se aposentan las cenizas y colillas, haciendo que caigan al depósito por la fuerza centrífuga. Así que la mezcla de tradición y tecnología terminó por enamorarme.
Y desde aquí un tributo breve a uno de los grupos que le gusta a mi hijo:
En la cocina la foto del papa,
dentro de la bandera nacional.
Este amuleto ha de funcionar,
lucky man, lucky man for you.
Y ahora pongo también una instantánea de algo que siempre quise tener, por el solo placer de poseer: la ratonera, y encima cargada de roquefort.
Poco más se puede decir. Es la gloria plena, si se me permite la expresión. Personalmente, odio el dibujito en rojo (le da un aire profesional), y nunca jamás en mi vida sería capaz de cargar la trampa si supiese que hay un ratón en casa.
Poco más se puede decir porque muchos sabemos lo que significa poseer una ratonera de este estilo, y es algo que no se puede explicar con palabras.
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