Rezar

Ya que estamos con temas religiosos, recuerdo cuando me enseñaron a rezar de pequeño.
Al principio, consistía en aprenderse de memoria las oraciones del catecismo —para hacer la comunión, supongo—, o si no sucedía algo terrible: te partían la cara, en el mejor de los casos, o si no te ibas al puto infierno, como ponía en el catecismo, porque eras un cristiano deficiente, “de pacotilla” o “de mierda”.
Después, mucho más tarde, me dijeron que rezar era, en realidad, hablar directamente con Dios. También podía uno dirigirse a la Virgen o a cualquiera de los que conformaban el listado de santos oficiales de la iglesia católica. Era un poco cachondeo, porque uno también podía, incluso debía, hablar con gente que estaba muerta y no estaba en la lista de santos “reglamentarios” sancionados por el Papa de Roma. ¿Y qué pasaba si uno hablaba con uno que al final resultaba no ser un santo oficial? Imagínate por un momento que el tipo, aparentemente con una vida santa, en realidad era un hijoputa y en realidad estaba en el Infierno. ¿Entonces qué pasaba? ¿Estabas hablando con uno de los malos? ¿Le rezabas a un hijo de Satán?
En cualquier caso, rezar no era rezar, sino rezar, y había que seguir rezando las monótonas letanías y oraciones oficiales del Papa de Roma, u otras que estuviesen de moda en el entorno (entorno siempre pre-bendecido por el Papa de Roma).
O sea, que rezar era lo que te dijeran que era rezar en cada momento.
En el caso concreto del “hablar con Dios” cara a cara, juro que me esforzaba por hacerlo. Pero no era una manera muy natural de hacerlo. Siempre le metía rollos sobre lo mal que me portaba, le decía que prometía portarme bien en adelante, lo guay que era y la suerte que tenía de poder hablar con Él, le comentaba que tenía unos planes para “acercarle gente” o algo así (es lo que me habían dicho que tenía que hacer)... Ese tipo de cosas. A la Virgen María había que pedirle la fuerza necesaria para resistir la tentación de hacerse pajas pensando en el anuncio de la marquesina del autobús, a San Nosequién la entereza necesaria para decirle al malo de la clase que no fuese tan malo... Y asín sucesivamente.
O sea, que rezar sólo servía al final para “hacerse propósitos” o algo así, porque contarle a Dios que había sacado un seis y medio en Matemáticas era estúpido, porque Él ya lo sabía, a no ser que fuese para prometerle mejorar la nota en el próximo examen, o similar.
Si rezar es eso de verdad, ser Dios tiene que ser un coñazo impresionante. Yo me imagino a alguien que me está diciendo todo el rato, cientos de miles de personas diariamente, “dime qué hora es”, “qué bien te sienta ese pantalón”, “parece que va a llover”. Vaya puto coñazo.
¿A Dios le gusta que le contemos cosas que se supone que ya sabe, porque así nos sentimos mejor, y lo que él quiere es que todos seamos lo más guay posible, y ése es un método aceptable, un método dioscéntrico? Pero si se puede ser guays de otra manera, ¿tampoco vale? ¿Y cuando Dios no cuela, tiene que colar la Ley Natural?
Me parece correcto querer ser guays, pero de verdad que rezar es una comedura de tarro de lo más inmoral. Habitualmente, quien esté convencido de la “eficacia de la oración” estará leyendo una herejía. Y quien esté acostumbrado a ir a misa los domingos, aunque se salga durante la homilía a echar un cigarro, girará los ojos a otro lado y se encenderá un cigarro. O no. En cualquier caso, a mí me venía bien —para sentirme bien- rezar cuando creía -por mis santos cojones— que había que hacer eso y una serie de cosas para salir adelante en la vida, en el más amplio de los sentidos. La parte terrible es que cuando no lo hacía me sentía fatal, como si hubiese matado a cuatro lactantes entre las horas de la siesta y la merienda. En cuanto no iba a misa o me saltaba las letanías del rosario con palabras complicadas o sin rima, o me pajeaba con la del anuncio de Rexona, todo se me teñía de gris oscuro y no levantaba cabeza hasta la próxima Confesión.
Por eso digo que me parece inmoral, porque se crea —o puede crearse, a lo mejor soy yo el único que se sugestiona— una dependencia algo exagerada, muy similar a una droga o a una relación malsana (tipo maltratadores y asín).
Y digo inmoral porque se viste de moralidad. Si fuese como la heroína, por mí correcto. Estoy a favor de las drogas, el alcohol y cualquier cosa que uno quiera hacer, siempre y cuando no se vista de “guay”. Cuando uno se fuma su primer cigarro no piensa “oh, qué bien más grande voy a hacerme a mí mismo y a la humanidad en su conjunto”. Simplemente está excitado, le hormiguean las piernas y piensa en el placer que le produce lo que está a punto de suceder (aunque luego eche la raba, o lo que sea). Es lo que hay.
Tampoco pretendo hacer una crítica con esta mierda de comentarios. Sólo pensar un poco en las cosas que una vez ocuparon mi mente y que luego deseché sin darle más vueltas; cosas que nunca llegué a comprender y que ahora me parecen errores ominosos: rezar, la obediencia ciega y la sumisión a ciertos valores (con el viejo sello “porque sí y punto”), el maniqueísmo oficial y la etiquetación gratuita... Todo ello resumido con “borreguismo”. De verdad que lo intenté, pero nunca pude rezar de verdad ni llegué a creerme lo que me contaron mis padres y la tele. No soy mejor ni peor. Es lo que hay.
Ale. A currar, coño, que hay que pagar las facturas.

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