oh, tomate

Cuando pensé que ya me quedaba sin cenar, descubrí un tetra-brik de salsa de tomate frito Orlando camuflado junto a un paquete de galletas. Eso hubiese arruinado lo que quedaba de noche (y puede que aún lo haga).
Hace un rato, me di cuenta de que, subconscientemente, odio a los vecinos que reciben correspondencia mejor que la mía. Sólo los odio cuando miro el buzón. Luego me dan igual. Pero en ese momento siento endibia de la buena, creo yo. Lo peor es cuando sólo hay propaganda de comida china rápida, o del pollo campero, o de un fontanero de urgencias. Porque todo el mundo tiene esa propaganda. Siempre escudriño los buzones ajenos con un rápido movimiento de ojos, con disimulo, porque nunca se sabe cuándo puede haber alguien acechando por detrás.
A estas alturas de la vida, tengo bastante catalogado el packaging. Sé cuándo una revista es una suscripción y cuándo es una revista no-deseada sólo con mirar el plástico que la envuelve. El del segundo, sin ir más lejos, debe de estar suscrito a una especie de revista de noticias jurídicas de esas que te envían sin que tú lo desees demasiado. Si estás en el colegio de abogados, te la envían y punto.
No me da mucha endibia.
Sin embargo, lo peor es cuando la revista (o cualquiera publicación periódica) parece de verdad. Como si el pibe fuese un friki de las setas y le enviasen un boletín sobre cultivos hidropónicos para trufas. Me imagino que el tío siente un placer inaudito cuando llega al portal y ve asomar la publicación. La coge, le echa un vistazo a los titulares por detrás del plástico. Le complace ver su nombre en la etiqueta. Luego se frota las manos, se la mete debajo del sobaco y se va a su casa. Aunque lo primero que haga al llegar sea tirarla a la basura.
Creo que no estoy solo en esto.
Cuando sorprendo a alguien revisando su correspondencia, decidiendo lo que vale y lo que no, todos emitimos frases de queja o de disculpa cuando el correo no nos agrada. Algo tipo “lo de la publicidad es un coñazo... nada más que meten mierda en el buzón”. O “facturas, facturas, facturas... ¿Cuándo me llegará un cheque? je, je, je”. Eso significa que el correo no es satisfactorio.
La segunda cosa más valorada son las cartas manuscritas. Cuando te escribe tu primo de Tegucigalpa y encuentras a alguien en el rellano, te sientes incluso obligado a dar explicaciones. Y, si eres tímido, al menos dejas que se vea que alguien te ha escrito de puño y letra, ha comprado un sello y ha viajado hasta un buzón, para escribirte a TI.
Y el caramelo supremo es cuando recibes un paquete. Cuanto más pequeño y adornado, mejor. Si llega un pibe con una lavadora, está bien. Pero lo mejor es cuando recibes un sobre acolchado. Muchos pensarán que es un CD o DVD. ¿Qué contendrá? Es un misterio. También puede ser un libro. ¿Una compra por internet, un regalo de alguien? ¿Y si es un fajo de billetes de quinientos euros?
Las cartas manuscritas también podrían contener un mensaje interesante, la típica notificación de que ha muerto tu tío de América y te ha dejado cien mil millones, pero, a fuerza de costumbre, uno pensará invariablemente que es una misiva de un amigo o familiar friki que no tiene email.
Sin embargo, los paquetes son extremadamente misteriosos. Si son cajitas, mejor aún. ¿Un colmillo de barracuda? ¿Un talismán amazónico?
Hoy había un par de suscripciones para mis vecinos y nada para mí, la nada más absoluta. ¿Miraré el buzón con demasiada frecuencia?
Pero, por lo menos, había tomate.

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