Pecado e idiosincrasia
Hoy una persona estaba empeñada en querer recordar el listado de los siete pecados capitales.
Según el Google, los pecados capitales han ido cambiando, según la época.
También está claro que ha ido cambiando la interpretación que se ha dado a los mismos.
El pecado, en cuanto defecto y tendencia del ser humano, habría de aplicarse a todo el mundo, de modo absoluto. Por eso no tiene sentido hacer un listado de pecados, ni menos aún querer aplicar la misma ley a todo el mundo. Dios nunca haría eso, porque no es, por definición, estúpido.
Los defensores de la Ley Natural, por otro lado, dicen que eso es más o menos cierto pero que sigue habiendo una serie de leyes no escritas que están impresas de antemano en la conciencia de todo ser humano (por así decirlo), como no violar y luego matar a tu hija de cuatro años o no dar palizas a tu anciana madre por el puro gusto de ver cómo se le saltan los empastes al aporrearla con una llave inglesa en todo el jeto.
O sea, que el truco consiste en hacer que la ley sea cada vez más difusa, de tal modo que nadie pueda refutarla. Después se manipularán los conceptos y se irá descenciendo progresivamente hasta una interpretación cada vez más precisa y férrea de lo que todo el mundo sabe y acepta (por ejemplo, está claro que Jesucristo ordenó durante la Última Cena que no se utilizasen condones, y que Alá, por su parte, dejó clarísimo que los musulmanes nosequé porque tal, según dijo Mahoma).
Nada de esto podría hacerse sin auxilio del lenguaje y sin la ignorancia de los interlocutores, sin la creencia en las leyendas urbanas.
Hablando de leyendas urbanas, hace poco leí en una página sobre leyendas urbanas que lo de que el hombre utiliza sólo el diez por ciento de su capacidad cerebral (o el porcentaje que sea) era una soplapollez.
El argumento que utilizaban para intentar refutar la chorrada de turno era el mismo que estoy utilizando ahora: ¿por qué el diez o el veinte o el treinta o el cuarenta por ciento? ¿Porque lo digan cuatro gilipollas? (que no se sabe de dónde se sacan un dato tan preciso) ¿Y si yo digo que sólo es el uno por ciento? ¿Y si digo que es un setenta y dos? ¿Por qué no? ¿Y si digo que si uno se empeña puede desprender ondas de energía? ¿O que existe el arcángel San Gabriel porque lo ha visto mi prima? ¿O que el mundo terminará el siete de noviembre del 2026 porque hay una serie de signos que así lo indican? ¿Qué más da? Si al final todo es una cuestión de fe, basta con creer lo que a uno le digan.
Por eso a los cristianos nos ha bastado siempre con creer lo que nos han ido diciendo, aunque lo fuesen modificando sobre la marcha. Por supuesto, siempre tensando la cuerda hasta el límite del si me aprietas un poco más, creo que ya no va a colar.
Otro día hablaremos sobre los motivos.
Según el Google, los pecados capitales han ido cambiando, según la época.
También está claro que ha ido cambiando la interpretación que se ha dado a los mismos.
El pecado, en cuanto defecto y tendencia del ser humano, habría de aplicarse a todo el mundo, de modo absoluto. Por eso no tiene sentido hacer un listado de pecados, ni menos aún querer aplicar la misma ley a todo el mundo. Dios nunca haría eso, porque no es, por definición, estúpido.
Los defensores de la Ley Natural, por otro lado, dicen que eso es más o menos cierto pero que sigue habiendo una serie de leyes no escritas que están impresas de antemano en la conciencia de todo ser humano (por así decirlo), como no violar y luego matar a tu hija de cuatro años o no dar palizas a tu anciana madre por el puro gusto de ver cómo se le saltan los empastes al aporrearla con una llave inglesa en todo el jeto.
O sea, que el truco consiste en hacer que la ley sea cada vez más difusa, de tal modo que nadie pueda refutarla. Después se manipularán los conceptos y se irá descenciendo progresivamente hasta una interpretación cada vez más precisa y férrea de lo que todo el mundo sabe y acepta (por ejemplo, está claro que Jesucristo ordenó durante la Última Cena que no se utilizasen condones, y que Alá, por su parte, dejó clarísimo que los musulmanes nosequé porque tal, según dijo Mahoma).
Nada de esto podría hacerse sin auxilio del lenguaje y sin la ignorancia de los interlocutores, sin la creencia en las leyendas urbanas.
Hablando de leyendas urbanas, hace poco leí en una página sobre leyendas urbanas que lo de que el hombre utiliza sólo el diez por ciento de su capacidad cerebral (o el porcentaje que sea) era una soplapollez.
El argumento que utilizaban para intentar refutar la chorrada de turno era el mismo que estoy utilizando ahora: ¿por qué el diez o el veinte o el treinta o el cuarenta por ciento? ¿Porque lo digan cuatro gilipollas? (que no se sabe de dónde se sacan un dato tan preciso) ¿Y si yo digo que sólo es el uno por ciento? ¿Y si digo que es un setenta y dos? ¿Por qué no? ¿Y si digo que si uno se empeña puede desprender ondas de energía? ¿O que existe el arcángel San Gabriel porque lo ha visto mi prima? ¿O que el mundo terminará el siete de noviembre del 2026 porque hay una serie de signos que así lo indican? ¿Qué más da? Si al final todo es una cuestión de fe, basta con creer lo que a uno le digan.
Por eso a los cristianos nos ha bastado siempre con creer lo que nos han ido diciendo, aunque lo fuesen modificando sobre la marcha. Por supuesto, siempre tensando la cuerda hasta el límite del si me aprietas un poco más, creo que ya no va a colar.
Otro día hablaremos sobre los motivos.
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