Mi servidor Hotline
Llevo varios días aplazando la redacción de un incendiario manifiesto pro-vicios (alcohol, tabaco y drogas-céntrico, fundamentalmente) y anti los putos gilipollas paternalistas del gobierno (y animales semejantes) que creen tener la autoridad moral para decidir lo que yo debo y no debo hacer.
Y seguiré aplazándolo un poco más, porque no estoy seguro de saber por dónde abordar un tema que me parece tan evidente. Es como intentar convencer a alguien que no es ciego de que puede ver: ¿cómo se hace?
Así que hoy hablaré de mi servidor hotline.
Cuando era joven, tuve un servidor hotline. Creo que se llamaba supura. supura era el nombre del servidor y también del sirviente (o sea, yo). Para quien no lo sepa, un servidor hotline no es nada más que el ordenador de un fulanito que tiene instalado el Hotline Server (o una aplicación similar). El fulanito comparte una carpeta de su computadora con los contenidos que sea: porno, juegos, software, etc. La gente puede bajarse esa información y, habitualmente, a cambio tiene que subir información propia. En mi caso, era un servidor de software para Mac.
La cosa, vista en perspectiva, era bastante ridícula, porque creo que mi velocidad inicial de subida (o sea, la velocidad a la que los usuarios podían descargarse cosas de mi servidor) era de unos 4Kb/s, a repartir entre todos. Claro, que en aquel entonces la información era mucho menor (en 4GB cabía infinidad de cosas interesantísimas), y al poco tiempo me hice con mi primer ADSL (¿de 256Kbps?... Creo que sí)
La historia no era en exceso simple. Montarla sí. Mantenerla viva, menos. Había que establecer unas reglas para que la cosa funcionase, porque podían llegar veinte o treinta pibes todos los días buscando nosequé pieza de software, y tú sólo disponías de 4Kb/s (que distribuías módicamente en 3 slots de bajada).
Era bastante tipo mercadillo. A lo mejor venía uno y te decía: te subo nosequé cosa interesantísima y me das una cuenta de un mes, o me dejas descargar nosequé cosa que tienes en tu servidor. Y tú le respondías: uf, lo siento, eso que quieres subirme ya lo tengo y de hecho lo había quitado de la circulación porque es un poco antiguo. O: Vale, esa cosa que vas a subir me resulta muy interesante. Voy a cerrar el servidor sólo para ti, para que puedas subirlo, y luego te dejaré dos días enteros en exclusiva para que te descargues lo que te dé la gana. Y luego: Vale. Vale.
Al principio lo hice por hacer algo. Luego tenía vicio, porque te convertías en una persona en cierto modo privilegiada. Tenías tanto material en tus manos que podías poner un anuncio y decir: Quien me suba esto que me apetece, tiene dos días gratis para descargar por la cara.
Recuerdo una vez en que yo, supura, sentado sobre mi trono de bytes, harto ya de oro y riquezas, tuve una conversación con un tipo que quería descargarse nosequé gilipollez. Quería cogerlo a toda costa. Me ofreció infinidad de cosas que ya tenía o que no me interesaban. Viendo que por ahí no podía cogerme (no podía ofrecerle diamantes al joyero), me ofreció unos vídeos hentai. Al final le dije que sí. No tanto por los vídeos como por lo mal que me sentí al saborear el poder de poder decidir si alguien podía meter la mano en mi cesta de manzanas o no. Era un poder estúpido, claro está, porque lo que yo tenía lo tenía cualquiera que tuviese un servidor Hotline... Pero es verdad que el mío era quizá de los más accesibles. A mí se me convencía rápido, y a veces, si no tenía mucho tráfico, dejaba que la gente cogiese lo que quisiera sin pedir nada a cambio.
Al final tuve que chapar, porque la cosa llevaba demasiado tiempo y se estaba convirtiendo progresivamente en una especie de ministerio internáutico, lleno de gestiones y contabilidad, chateo, negociaciones y cerramiento de tratos.
De hecho, en la mayoría de servidores con caché lo que pedían era dinero, directamente. Suscripciones mensuales y demás. Con ese dinero, los organizadores podían tener un canuto importante y acoger muchísimos usuarios, y aparte hacer un negocio interesante. Al final eran los mismos los que acababan por tener un servidor para software, otro para pelis, otro para música, otro para porno, otro para... No tengo ni idea de sus cuentas, pero a lo mejor terminaban teniendo veinte mil suscripciones de 20 pavos al mes...
Algunos estarán ahora en el talego, por haber hecho demasiado bisnis. Y el resto seguirán circulando por ahí, con negocios similares, siempre al borde de la ley (quiero decir, al borde de que la ley acabe por trincarles).
Yo me hice viejo demasiado pronto y me retiré a las Bahamas con mis siete cds llenos de software caducado y mis vídeos hentai que duraban por lo menos quince minutos en total (o algo así, que era la repanocha en aquella época).
Y seguiré aplazándolo un poco más, porque no estoy seguro de saber por dónde abordar un tema que me parece tan evidente. Es como intentar convencer a alguien que no es ciego de que puede ver: ¿cómo se hace?
Así que hoy hablaré de mi servidor hotline.
Cuando era joven, tuve un servidor hotline. Creo que se llamaba supura. supura era el nombre del servidor y también del sirviente (o sea, yo). Para quien no lo sepa, un servidor hotline no es nada más que el ordenador de un fulanito que tiene instalado el Hotline Server (o una aplicación similar). El fulanito comparte una carpeta de su computadora con los contenidos que sea: porno, juegos, software, etc. La gente puede bajarse esa información y, habitualmente, a cambio tiene que subir información propia. En mi caso, era un servidor de software para Mac.
La cosa, vista en perspectiva, era bastante ridícula, porque creo que mi velocidad inicial de subida (o sea, la velocidad a la que los usuarios podían descargarse cosas de mi servidor) era de unos 4Kb/s, a repartir entre todos. Claro, que en aquel entonces la información era mucho menor (en 4GB cabía infinidad de cosas interesantísimas), y al poco tiempo me hice con mi primer ADSL (¿de 256Kbps?... Creo que sí)
La historia no era en exceso simple. Montarla sí. Mantenerla viva, menos. Había que establecer unas reglas para que la cosa funcionase, porque podían llegar veinte o treinta pibes todos los días buscando nosequé pieza de software, y tú sólo disponías de 4Kb/s (que distribuías módicamente en 3 slots de bajada).
Era bastante tipo mercadillo. A lo mejor venía uno y te decía: te subo nosequé cosa interesantísima y me das una cuenta de un mes, o me dejas descargar nosequé cosa que tienes en tu servidor. Y tú le respondías: uf, lo siento, eso que quieres subirme ya lo tengo y de hecho lo había quitado de la circulación porque es un poco antiguo. O: Vale, esa cosa que vas a subir me resulta muy interesante. Voy a cerrar el servidor sólo para ti, para que puedas subirlo, y luego te dejaré dos días enteros en exclusiva para que te descargues lo que te dé la gana. Y luego: Vale. Vale.
Al principio lo hice por hacer algo. Luego tenía vicio, porque te convertías en una persona en cierto modo privilegiada. Tenías tanto material en tus manos que podías poner un anuncio y decir: Quien me suba esto que me apetece, tiene dos días gratis para descargar por la cara.
Recuerdo una vez en que yo, supura, sentado sobre mi trono de bytes, harto ya de oro y riquezas, tuve una conversación con un tipo que quería descargarse nosequé gilipollez. Quería cogerlo a toda costa. Me ofreció infinidad de cosas que ya tenía o que no me interesaban. Viendo que por ahí no podía cogerme (no podía ofrecerle diamantes al joyero), me ofreció unos vídeos hentai. Al final le dije que sí. No tanto por los vídeos como por lo mal que me sentí al saborear el poder de poder decidir si alguien podía meter la mano en mi cesta de manzanas o no. Era un poder estúpido, claro está, porque lo que yo tenía lo tenía cualquiera que tuviese un servidor Hotline... Pero es verdad que el mío era quizá de los más accesibles. A mí se me convencía rápido, y a veces, si no tenía mucho tráfico, dejaba que la gente cogiese lo que quisiera sin pedir nada a cambio.
Al final tuve que chapar, porque la cosa llevaba demasiado tiempo y se estaba convirtiendo progresivamente en una especie de ministerio internáutico, lleno de gestiones y contabilidad, chateo, negociaciones y cerramiento de tratos.
De hecho, en la mayoría de servidores con caché lo que pedían era dinero, directamente. Suscripciones mensuales y demás. Con ese dinero, los organizadores podían tener un canuto importante y acoger muchísimos usuarios, y aparte hacer un negocio interesante. Al final eran los mismos los que acababan por tener un servidor para software, otro para pelis, otro para música, otro para porno, otro para... No tengo ni idea de sus cuentas, pero a lo mejor terminaban teniendo veinte mil suscripciones de 20 pavos al mes...
Algunos estarán ahora en el talego, por haber hecho demasiado bisnis. Y el resto seguirán circulando por ahí, con negocios similares, siempre al borde de la ley (quiero decir, al borde de que la ley acabe por trincarles).
Yo me hice viejo demasiado pronto y me retiré a las Bahamas con mis siete cds llenos de software caducado y mis vídeos hentai que duraban por lo menos quince minutos en total (o algo así, que era la repanocha en aquella época).
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