La muerte

No tengo nada nuevo sobre la muerte. Sólo unas sensaciones.
Una vez soñé que me moría. Era angustioso, para qué mentir, porque moría ahogado en una especie de mar de color verde oscuro y tibio. Fue una angustia breve, porque fallecí rápidamente (y me desperté ipso-facto), y en cierto modo acogedora (no era un mar frío, ni me dolía, ni nada).
Ahora me ha dado por pensar en la muerte en ciertos momentos de duermevela. Por ejemplo, al despertar de una breve (angustiosa y sofocante) siesta. Según la época de la vida, he pensado en la muerte desde uno u otro ángulo (romanticismo, tremendismo, miedo, dolor, etc.). Ahora pienso que me da pena vivir y morir como cualquier otro animal. Y, a veces, alegría. En cualquier caso, mi visión de ahora frente a la muerte es “tipo animal”. Pienso que ahora estoy comiendo o durmiendo, y de repente me llega la hora y la palmo. Puede haber gente llorando a mi alrededor, o absolutamente nadie ni nada, más que un viejo baúl con un libro encima, un cubata vacío o la tele puesta. Y yo la espicho y se acaba el cuento. No hay más: ni trascendencia, ni familiares y amigos llorando mi cuerpo inerte, ni entes espirituales que vienen a recibirme y comerme el tarro... Simplemente la espicho, o la espicha alguien que yo conozco, y no pasa nada. Morir duele, a no ser que estés colocado, pero es una cosa que sucede y que no tiene la mayor importancia, porque es lo último que sucede e importa: se acaba y punto.
Últimamente me ha dado por encargar a algunas personas que monten un fiestorro gordo con alcohol, drogas y rock’n’roll cuando yo muera. Pero creo que es sólo porque a mí me apetece estar en un fiestorro lleno de alcohol, drogas y rock’n’roll. Y viéndolo en frío, a lo mejor resulta que ese día es martes, o hace frío, y a la gente no le apetece mucho, o tal vez están jodidos porque les han dado un canapé caducado de anchoas y queso, o a lo mejor no les interesa, y lo mejor es que cada uno haga lo que le salga del santo pene. Tampoco hay que dramatizar: si hace frío, hace frío. Si uno está mal de la tripa, está mal de la tripa. No hay que emborracharse y escuchar rock sólo porque yo me muera. De hecho, no hay que hacer absolutamente nada.
Lo mejor es morir como un perro: te mueres, te embolsan y te despachan por la vía rápida. Algunos te echarán de menos y otros no, y asín sucesivamente. Pero no hay que ponerse a alquilar locales, encargar bebidas, aplazar compromisos, etc.
A mí sólo “se me ha muerto” una persona querida hasta ahora. Fui a ver su cadáver al típico velatorio lleno de gente llorosa y eso. Ambiente de sugestión, pero una puta mierda, al menos para mí. Me daba igual estar allí. Sólo le echo en falta cuando me acuerdo de él, supongo que como a todos los que le echan en falta. Lo de la muerte, velatorio y demás fue un “trance”, sin más. A mí me jodió más cuando me di cuenta de que ya no me iba a llamar ni escribir, ni tampoco me iba a contar una de sus anécdotas llenas de fantasmadas, y yo tampoco podía llamarle ni vacilarle con una de mis frases “de picar”. Si en vez de pedir una fiesta con rock y alcohol hubiese pedido una sesión de “puenting” o una misa, a mí me hubiese fastidiado, porque no me gustan esas actividades.
Él murió como un perro: a la sombra de un árbol, dormido, devorado por un oso o atropellado por un coche. Sin dar explicaciones ni pedirlas, sin mirar atrás.
Lo mejor será que haga una fiesta de rock y alcohol cada vez que alguien la espiche (alguien querido, se entiende, porque si no no voy a dar abasto), hasta que yo mismo lo haga, y dejarme de hacer planes para fastidiar los ajenos cuando ya no esté.
A la salud de mis muertos.

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