Compensación

Todos conocemos a alguien que nos da la vara, nos incomoda o nos hace sentir mal, o cualquier otra cosa que no nos interesa. Y seguimos manteniendo una relación con ese ser. El día que no podamos soportarle, el día que la ofensa sea mayor que la pereza que nos da mandarle a tomar por culo, le despacharemos. Eso está claro, en una u otra medida.
Lo que no logro comprender del todo bien es el papel que juega esa otra persona, porque no soy capaz de identificarme con ella, de ponerme en su lugar. Sé que “doy la coña” a algunos seres queridos, pero siempre en una dosis que se compensa con el cariño que les profeso. Pero no soy capaz de imaginarme “torturando” a alguien. Torturar a un ser querido sería casi una profesión, un toma y toma sin daca. Hacer llamadas todos los días. Urdir planes malignos de una manera calculada, que sobrepasa con mucho mi capacidad de “dar la coña”.
Respecto de un ser “no querido”, tendría que cruzarme con un vecino y hacerle comentarios desagradables cada vez que le veo, por ejemplo. Pero eso también lo veo como un trabajo. Tendría que pensar qué voy a decirle a esa persona cuando la vea. Tendría que vencer el sopor que siento un día a las diez cuando bajo a comprar tabaco para poder enfrentarme con ella.
En resumen: la pereza que me da meterme con alguien a quien no aguanto es infinitamente superior al deseo de hacerle la vida imposible.
Pero me consta que hay personas extremadamente diligentes en ese sentido. Son auténticos profesionales que dedican muchas horas diarias a alimentar sus odios, a urdir sus planes, a confabular y planear estrategias (aunque no cojan papel y boli de modo declarado).
Ahora sospecho que esta realidad tiene lugar más entre las personas “que no tienen más pitos que tocar”. Estas personas no tienen grandes problemas ni ocupaciones “reales”. Pueden tener un trabajo, hijos, familia, ocupaciones varias. Pero todo les resbala, porque no hay nada que les llame la atención fuera de sus pequeñas -o grandes, según- obsesiones. Suelen ser personas activas. O, por lo menos, que se preocupan de que los demás sepan de sus actividades. Nunca estarán deprimidos y pasándolo “fatal” sin que se entere todo el mundo. Nunca guardarán sus opiniones para sí mismos. Están especialmente interesados por las “cosas negativas”. Cuando hacen una crítica, siempre es para mal. Cuando hablan, es para decir que están en desacuerdo, o que se sienten mal. Cuando callan, gritan mudamente —como en el pasaje de Don Giovanni que sirvió para hacer un anuncio de helados— que están ahí y que se oponen a lo que haga falta. Creo que los aficionados a la psicología dirían que son “egocéntricos”. En mi barrio adoptivo se decía “gilipollas”, o directamente ni se hablaba sobre el tema. También dirían que suelen ser “victimistas” o “acomplejados”. Pero los conceptos son demasiado simples para expresar la realidad del asunto. “Gilipollas” resume mucho mejor la mezcla de comprensión y repulsión que provocan estos individuos una vez descubiertos.
No sé por qué hablo de esto, cuando yo quería comentar otra cosa. Ah, sí: porque no recuerdo de qué quería hablar.
Era algo sobre la compensación... Ya recuerdo. Era sobre la vieja teoría sobre el egoísmo. Sobre el hecho de que todos vamos tomando decisiones en función de lo que nos compensa (y no estoy hablando de dejarle un juguete al vecino de arriba). Ese “egoísmo” suena mal, así que habría que inventar otra palabra, ya que “interés” (que sería la más adecuada, quizá) suena incluso peor. Las compensaciones pueden ser de muchos tipos cuando llegan a la balanza de la decisión. Por ejemplo, en el lado “malo”:
  • Lo plasta que es el tío.
  • Lo que bostezo cuando me habla.
  • Sólo me usa de interlocutor cuando los otros le han fallado.
  • Etc.
Y en el “bueno”:
  • En el fondo me importa un huevo lo que me cuenta.
  • Pero me sirve de excusa para salir a tomar unas copas.
  • Me descojono con la manera que tiene de pronunciar la “f”.
  • Es un hilo de mi vida pasada que no quiero romper por una serie de motivos.
  • Etc.
Los discutidores sentimentales saldrán con la ametralladora esgrimiendo el “amor desinteresado” y otros argumentos igual de razonables y contundentes. Para mí, la asociación de este “amor desinteresado” y el “interés” es tan obvia y directa, que me da mucho sueño discutirlo una vez más.

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