Cagarse en todo y en ná es lo mismo

Si el todo y la nada son lo mismo, o muy parecidos, entonces lo radical es radical, sin importar el contenido. La izquierda y la derecha, el bien y el mal, blanco y negro, Madrid y Barça. Todo ello pierde su identidad al recibir el toque mágico del extremismo. El extremismo, por definición, no atiende a razones. Es irreflexivo.
Eso tiene sus virtudes y sus defectos. La utilidad práctica de las posturas exacerbadas es obvia: presión, fuerza arrolladora, violenta hasta los límites. Y además es gratis, porque pertenece al individuo.
El lector medio entenderá como extremo o exacerbado lo que aquí llamamos “el todo”. El motivo de este post es dejar claro que también ha de incluirse “la nada”. La ausencia de opinión, la carencia de acciones, son actos de violencia extrema.
Cuando Jesucristo dijo “poned la otra mejilla” no estaba diciendo “como sois gilipollas, que os den unos guantazos, a ver si espabiláis”. Estaba proponiendo una lucha pacífica contra la violencia. La lucha del “todo” contra la “nada”. El objetivo último y primordial es la aniquilación absoluta de todo aquello que esté en contra de la ideología propuesta (en este caso, la doctrina cristiana, de Cristo), la aniquilación total y absoluta del antagonista. No se admiten vacilaciones ni vueltas atrás. Aunque Cristo perdone (de boquilla) la triple negación de S. Pedro, la Iglesia propone la escena como acto vergonzoso para P (Pedro) y triunfo de C (Cristo). La moraleja es: no vaciles. No caviles. Actúa según la Ley que te propongo, a toda costa, aún a costa de tu vida. Una postura igual de radical que la contraria: aniquila todo lo que se ponga por delante, porque bla, bla, bla.
En todos los grupos humanos acaba habiendo escisiones. Unas veces se manifiestan y son suficientemente violentos como para llevar a cabo una escisión física o moral. Y otras veces no pasa de ser una diferencia de opiniones y un tema sobre el que no hablar (como puede suceder entre dos amigos íntimos).
En una sencilla empresa familiar con veinte trabajadores pueden formarse fácilmente dos grupos: el de “los gilipollas” y el de “los guays”. El observador ajeno podrá identificarse con uno de los dos grupos y saber quiénes son “los gilipollas” y quiénes “los guays”. Pero otro espectador casual no sabrá distinguir cuál es cuál. En el grupo de los “guays” pensarán que los “gilipollas” son los del otro grupo. Y viceversa. Es el todo y la nada. La nada y el todo en una lucha por la supremacía moral y física. Una lucha por apoderarse de los bienes morales, en primera instancia, y físicos, en segunda, porque vienen dados tras la victoria moral.
No me interesa en este momento atacar a nadie en concreto, a no ser que éste se sienta identificado. Quiero hacer una reflexión sobre “el tó” y “la ná”, la violencia de los extremos. Y eso se refleja sobre todas las cosas en política y religión, que vienen a ser la misma cosa, porque pretenden ostentar la supremacía (ya que estamos, insistimos con la palabreja) de los bienes físicos y morales (aunque la supremacía de los bienes morales conlleva también la de los físicos, como he querido expresar, en una segunda fase victoriosa).
En ese sentido, quiero remarcar que la actitud de la “nada” resulta para mí mucho más agresiva y pretenciosa que la del “todo”. La “moralidad”, mucho más dañina y violenta que el “materialismo” (términos simplificados).
Aún no me queda claro si existimos o no los hombres sin ambiciones morales ni políticas. Sospecho que los que así nos definimos vamos en busca de un triunfo moral y, por tanto, somos los más peligrosos de todos, aunque no demos miedo a nadie, porque queremos echar por tierra a los unos y a los otros. Buscamos la moralidad del “bien supremo” negándolo todo para poder partir de cero y encontrar nuestro propio “bien supremo”. Tenemos este “bien” en común con los unos y con los otros, pero nos oponemos a sus métodos. Nos oponemos violentamente a todos ellos. Lo llevamos de culo. O a lo mejor somos gilipollas del culo.
O a lo mejor no.

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