Cagar caca
Cagar, dejar resbalar la mierda por el ano hasta que un invisible hilo se rompe y cae la caca, es casi lo mejor que hay.
Las experiencias psíquicas/espirituales también están bien, claro, pero siempre acaban dependiendo de algún factor físico: privaciones, alcohol, drogas, música, silencio, oscuridad, un beso... Esas experiencias empiezan y acaban, y nadie te promete que volverán a repetirse, ni que volverán a repetirse de la misma manera.
El caso típico es la noche en que me enamoré de Pitita en una discoteca. Sonaba un tema de los Plof, todo era ideal, perfecto, un buen ambiente, lleno de magia. Siete años más tarde, el sitio me parece un garito infecto, húmedo, la música no es tan buena como recordaba y las copas están aguadas.
Siempre puede uno volver a sentir la magia, enamorarse de nuevo, y hacer que las paredes llenas de desconchones vuelvan a vestirse de color rosa una vez más y todo eso. Pero también puede que no suceda jamás.
Cagar, sin embargo, es algo de andar por casa, diario, en el mejor de los casos, tan corriente como comer y dormir. No es un suceso extraordinario.
Cuando uno caga, está solo (habitualmente) consigo mismo, conciliándose con la naturaleza. A la salida de una reunión de trabajo, donde nada es lo que parece. Después de misa de diez, con las pilas espirituales a punto. El domingo a las cuatro de la tarde, recién levantado, con diarrea, después de haber triunfado la noche anterior. El día después de enamorarte, o cinco minutos después, o después de un éxtasis teresiano. Después de un día extremadamente real, tras del cual no sabemos si éste volverá a repetirse o a sucederse de igual manera. Después de todo eso y antes de todo eso, dejamos a un lado lo que es y lo que puede ser, y lo que fue, y nos vamos por las patas abajo. Si no tenemos prisa, el éxito está asegurado. No hay que apretar. Hay que dejar que las tripas se muevan por sí solas, que actúen los reflejos por sí mismos.
El placer de cagar es muy similar a la masturbación. Para algunos, quizá menos intenso, pero similar en cualquier caso. No es lo mismo hacerse una paja en treinta segundos mientras te aclaras el pelo que tirarse una hora y cuarto meneándotela mientras hojeas despistado una revista de coches y te imaginas subido a ellos, en la parte de atrás, con una pelirroja explosiva.
El sumum sería cagarse, correrse y llorar al mismo tiempo. Moquear no, porque no puedes respirar. El sollozo, lloro, si no es violento, también es placentero.
Mear también está bien, pero suele disfrutarse menos. Es más explosivo, tipo vómito, estornudo o pedo (de los que suenan).
Cagar también se parece a llamar por teléfono. Entras en una especie de universo paralelo, en comunicación directa con tu intestino, y todo lo de alrededor deja de existir. Fuera suenan los ruidos de la vida cotidiana, pero no te afectan, siempre y cuando mantengas la concentración.
Las experiencias psíquicas/espirituales también están bien, claro, pero siempre acaban dependiendo de algún factor físico: privaciones, alcohol, drogas, música, silencio, oscuridad, un beso... Esas experiencias empiezan y acaban, y nadie te promete que volverán a repetirse, ni que volverán a repetirse de la misma manera.
El caso típico es la noche en que me enamoré de Pitita en una discoteca. Sonaba un tema de los Plof, todo era ideal, perfecto, un buen ambiente, lleno de magia. Siete años más tarde, el sitio me parece un garito infecto, húmedo, la música no es tan buena como recordaba y las copas están aguadas.
Siempre puede uno volver a sentir la magia, enamorarse de nuevo, y hacer que las paredes llenas de desconchones vuelvan a vestirse de color rosa una vez más y todo eso. Pero también puede que no suceda jamás.
Cagar, sin embargo, es algo de andar por casa, diario, en el mejor de los casos, tan corriente como comer y dormir. No es un suceso extraordinario.
Cuando uno caga, está solo (habitualmente) consigo mismo, conciliándose con la naturaleza. A la salida de una reunión de trabajo, donde nada es lo que parece. Después de misa de diez, con las pilas espirituales a punto. El domingo a las cuatro de la tarde, recién levantado, con diarrea, después de haber triunfado la noche anterior. El día después de enamorarte, o cinco minutos después, o después de un éxtasis teresiano. Después de un día extremadamente real, tras del cual no sabemos si éste volverá a repetirse o a sucederse de igual manera. Después de todo eso y antes de todo eso, dejamos a un lado lo que es y lo que puede ser, y lo que fue, y nos vamos por las patas abajo. Si no tenemos prisa, el éxito está asegurado. No hay que apretar. Hay que dejar que las tripas se muevan por sí solas, que actúen los reflejos por sí mismos.
El placer de cagar es muy similar a la masturbación. Para algunos, quizá menos intenso, pero similar en cualquier caso. No es lo mismo hacerse una paja en treinta segundos mientras te aclaras el pelo que tirarse una hora y cuarto meneándotela mientras hojeas despistado una revista de coches y te imaginas subido a ellos, en la parte de atrás, con una pelirroja explosiva.
El sumum sería cagarse, correrse y llorar al mismo tiempo. Moquear no, porque no puedes respirar. El sollozo, lloro, si no es violento, también es placentero.
Mear también está bien, pero suele disfrutarse menos. Es más explosivo, tipo vómito, estornudo o pedo (de los que suenan).
Cagar también se parece a llamar por teléfono. Entras en una especie de universo paralelo, en comunicación directa con tu intestino, y todo lo de alrededor deja de existir. Fuera suenan los ruidos de la vida cotidiana, pero no te afectan, siempre y cuando mantengas la concentración.
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