emoción
considero brevemente el viejo tema "la emoción en la literatura". alguien me propuso varios ejemplos. me parecen bien si se leen desde una cierta óptica. desde otra bien distinta, el resultado puede resultar incluso opuesto. la ausencia absoluta de emociones al recorrer un suceso.
pongamos ahora por caso un hecho inopinado: un sujeto de cuarenta y siete años que reparte publicidad. es buzonero. se cuela en los portales y peta los buzones de panfletos absurdos: muebles baratos, academias de informática, tarotistas africanos. siempre que entra en un portal lleno de mármoles y sillones de cuero, cuando el portero -perdón, quise decir "conserje"- aún no ha llegado, tiene la manía de sacar la polla y echar una meada en el ficus que haya más a mano.
eso, en sí mismo, puede no resultar emocionante.
ahora pongámoslo en clave literaria. leámoslo mientras suena el "rockin’ all over the world" de los status quo.
Casimiro Buenaventura Díaz, nació en 1959 en Aguilar de Campoo. sus padres murieron catorce años después, en un accidente de tráfico. su hermano, Fede, trabajaba en la fábrica de Fontaneda, en "la curva de las galletas". se marchó a Burgos con quince años. fue ayudante de un curandero local. luego, aprendiz de farmacéutico. más tarde, trabajó como auxiliar de clínica, mientras estudiaba Ciencias Políticas, licenciatura que nunca acabó. lo que más le llamaba la atención en el mundo era el mundo de la construcción. le entusiasmaban las apisonadoras, las grúas elevadoras, los cuerpos desnudos picando bajo el sol del mediodía, o forrados de poliéster con cuatro grados bajo cero a las seis de la mañana. había que ser muy fuerte para estar allí ocho, diez, doce horas diarias sin desfallecer. aquellos hombres podrían partirle por la mitad de un sólo golpe. estaban hechos de la misma fibra de la vida.
después de varias experiencias como "chico para todo", tras su fracaso en la universidad, se trasladó a Madrid e ingresó en una compañía de mensajeros en calidad de "repartidor de panfletos". sus labores eran variadas: se ponía a repartir en una boca de metro cualquiera, en la calle Preciados, en el Corte Inglés de Goya o en el IKEA de San Sebastián de los Reyes... o simplemente buzoneaba cantidades ingentes de publicidad en blanco y negro. solía desayunar un café con leche y porras en el primer sitio que se le ponía a tiro. y un chupito de orujo antes de partir, por los viejos tiempos. luego recogía la mercancía y se esfumaba. una hora más tarde, le entraban ganas de mear. no tenía presupuesto para mear en un bar, así que lo hacía en la calle. y, si tenía suerte, en la maceta de uno de los portales que visitaba. si podía ser un edificio de oficinas, mejor. si era de viviendas pijas, también valía. lo importante era encontrar un lecho más o menos orgánico, capaz de absorber el líquido que albergaba su vejiga. y un poco de intimidad económica. después de sacudirse la polla, daba un golpe de tacones y se repetía, cantando con Balú, mientras balanceaba el culo en pompa de un lado a otro: "y el tiempo no pierdas nunca en buscar/ cosas que quieras que jamás encontrarás/ pues ya verás que no te hace falta/ y aun sin él tú sigues viviendo, pues ésta es la verdad:/ lo más vital para existir te llegará".
si no nos convence el "rockin’ all over the world", se puede pinchar en sustitución el "roadhouse blues" de los Doors -la versión de los Status tampoco está mal, pero es preferible Jim Morrison.
hay que ser de piedra para no encontrar la emoción en este relato, aunque tenga que ser con ayuda de un tema musical. a mí se me ponen los pelos como escarpias. salud.
reto desde aquí al mundo: escríbase un relato y yo hago de "pincha". si no emociona el conjunto, que me crezcan los cuernos de una vez por todas, porque me piro al submundo.
pongamos ahora por caso un hecho inopinado: un sujeto de cuarenta y siete años que reparte publicidad. es buzonero. se cuela en los portales y peta los buzones de panfletos absurdos: muebles baratos, academias de informática, tarotistas africanos. siempre que entra en un portal lleno de mármoles y sillones de cuero, cuando el portero -perdón, quise decir "conserje"- aún no ha llegado, tiene la manía de sacar la polla y echar una meada en el ficus que haya más a mano.
eso, en sí mismo, puede no resultar emocionante.
ahora pongámoslo en clave literaria. leámoslo mientras suena el "rockin’ all over the world" de los status quo.
Casimiro Buenaventura Díaz, nació en 1959 en Aguilar de Campoo. sus padres murieron catorce años después, en un accidente de tráfico. su hermano, Fede, trabajaba en la fábrica de Fontaneda, en "la curva de las galletas". se marchó a Burgos con quince años. fue ayudante de un curandero local. luego, aprendiz de farmacéutico. más tarde, trabajó como auxiliar de clínica, mientras estudiaba Ciencias Políticas, licenciatura que nunca acabó. lo que más le llamaba la atención en el mundo era el mundo de la construcción. le entusiasmaban las apisonadoras, las grúas elevadoras, los cuerpos desnudos picando bajo el sol del mediodía, o forrados de poliéster con cuatro grados bajo cero a las seis de la mañana. había que ser muy fuerte para estar allí ocho, diez, doce horas diarias sin desfallecer. aquellos hombres podrían partirle por la mitad de un sólo golpe. estaban hechos de la misma fibra de la vida.
después de varias experiencias como "chico para todo", tras su fracaso en la universidad, se trasladó a Madrid e ingresó en una compañía de mensajeros en calidad de "repartidor de panfletos". sus labores eran variadas: se ponía a repartir en una boca de metro cualquiera, en la calle Preciados, en el Corte Inglés de Goya o en el IKEA de San Sebastián de los Reyes... o simplemente buzoneaba cantidades ingentes de publicidad en blanco y negro. solía desayunar un café con leche y porras en el primer sitio que se le ponía a tiro. y un chupito de orujo antes de partir, por los viejos tiempos. luego recogía la mercancía y se esfumaba. una hora más tarde, le entraban ganas de mear. no tenía presupuesto para mear en un bar, así que lo hacía en la calle. y, si tenía suerte, en la maceta de uno de los portales que visitaba. si podía ser un edificio de oficinas, mejor. si era de viviendas pijas, también valía. lo importante era encontrar un lecho más o menos orgánico, capaz de absorber el líquido que albergaba su vejiga. y un poco de intimidad económica. después de sacudirse la polla, daba un golpe de tacones y se repetía, cantando con Balú, mientras balanceaba el culo en pompa de un lado a otro: "y el tiempo no pierdas nunca en buscar/ cosas que quieras que jamás encontrarás/ pues ya verás que no te hace falta/ y aun sin él tú sigues viviendo, pues ésta es la verdad:/ lo más vital para existir te llegará".
si no nos convence el "rockin’ all over the world", se puede pinchar en sustitución el "roadhouse blues" de los Doors -la versión de los Status tampoco está mal, pero es preferible Jim Morrison.
hay que ser de piedra para no encontrar la emoción en este relato, aunque tenga que ser con ayuda de un tema musical. a mí se me ponen los pelos como escarpias. salud.
reto desde aquí al mundo: escríbase un relato y yo hago de "pincha". si no emociona el conjunto, que me crezcan los cuernos de una vez por todas, porque me piro al submundo.
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