Moby Dick

Hablemos, por variar, de John Bonham. Todos hemos visto el vídeo. Plant hace el paripé. Paul Jones hace que hace algo. Page le da pie. Bonham se aprieta los machos y sigue su instinto. Lo ha ensayado mil veces, pero no puede confiar en la mecánica de su psique.
Tres de los cuatro jinetes abandonan el escenario sin cruzar palabra. No deja de ser un efecto óptico. Plant coge una toalla y se quita el sudor de la frente. Page tira del botijo. El otro John se lía un canuto y se pone a escuchar. Dos. Cuatro. Dos, cuatro. Cambio. Irregular. Se le ha ido la olla a Bonzo. Ahora empieza Moby Dick...
La mística zeppeliana se supone que iba unida a la mística de la época. A la literaria, fundamentalmente. Que si Tolkien, que si Melville... Los libros de marinos siempre me han resultado espesos. Incluso los de épocas diferentes. Parece que ellos -los narradores- tenían algo en lo más profundo de su espíritu, respecto del mar, que no supieron explicar. O que yo, como hombre de tierra adentro, no supe entender.
Pero supe entender el Moby Dick de Bonham. Cuando suelta las baquetas no pierde el norte. Repite lo que ha ensayado. No se cree que es un negro del Congo. No se cree que está en éxtasis. Avanza hacia lo establecido. Lee el pentagrama en su mente, aunque a veces se le vayan un par de percusiones. El bombo está todo el rato, casi todo el rato. Maneja el murmullo popular. Si éste aumenta, le mete caña al charles. Si disminuye, le da un poco a los platillos. Sigue su instinto. Como lo planeó. Si la gente asiente con la cabeza, hace un "rollo bongos". Como lo planeó.
A John se le sale el sudor por todas partes. No es la noche más calurosa de su vida, pero es un ejercicio físico enorme. Incluso para él, que es una persona con un aguante inverosímil, la exudación comienza a ser dolorosa. Poco a poco se vacía. Se desnuda sin avituallarse. Pronto lo habrá dado todo. Es un ritmo frenético, extático.
Los muchachos han vuelto al escenario en su ayuda. Ellos acabarán la faena. John dará la puntilla. Plant gritará en breve "John Bonham!" y todo habrá acabado. El público gritará enfebrecido hasta que las luces vuelvan a iluminar el escenario y haya de sonar algo más pachanguero. Tiempo suficiente para recuperar líquidos. Tiempo suficiente para volver a la realidad. Conglomerado bajo sus pies, sudor, hielo carbónico y ganas de mear. Fin de la ceremonia.

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