Hormigas

Trato de explicarle a mi hijo lo que son las hormigas. Primero le digo que son cosas que hacen cosquillas. Luego, que son enviados de Gallardón encargados de socavar los cimientos de la sociedad. Luego, que máquinas graciosas, ingenios de un ser pensante. Luego, que son bichos que se han perdido. Han olvidado el camino. Hay que reconducirlas. El símil más acertado, a pesar de que es una patata frita de símil.
Naide sabe por qué las hormigas siguen un camino o vagan. Aunque lo pretendan. ¿Por qué siguen un rastro y no otro? ¿Por qué cargan con los cuerpos de sus muertos cuando los encuentran? ¿Tienen órdenes de limpiar el camino, para no parecer vulnerables? ¿Son seres eminentemente religiosos y creen en sus difuntos? ¿Sus muertos son comida, sin más? ¿Y cuál es la diferencia frente a sus "superiores" humanos? Las hormigas son superiores. Son mucho más felices. Su organización social las conduce a la felicidad, a la sublimación del ser. Un "ser" pleno. Nosotros, aunque las imitemos, somos profundamente infelices. No en el sentido de lo contrario a la felicidad, sino en el sentido de que no sabemos qué perseguimos. Las hormigas actúan con un fin. Y nosotros sin él. Hacemos casas y nos refugiamos en ellas. Acumulamos riquezas para consumirlas después. Pero si no hacemos algo llamativo en el camino, somos un fracaso. Buscamos una trascendencia inútil. Nos gusta más salir un domingo en El País que cada martes en el Madrid Noroeste. Sabemos, nos consta, que es cosa de poco. Aunque saliésemos en El País, nadie nos recordaría dentro de cinco, diez, cien años. Sólo unos pocos trascienden, y no lo hacen a propósito. Si todavía ganásemos un mundial de fútbol, nuestros nombres quedarían en las crónicas.
Bring it on home

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