Cacas


I’ve seen the bright lights of Memphis
and the Commodore Hotel
and underneath a street lamp
I met a southern belle.
And she took me to the river
where she cast her spell
and in that southern moonlight
she sang her song so well:


If you’ll be my Dixie chicken
I’ll be your Tenessee lamb 
and we can walk together
down in Dixie-land, 
down in Dixie-land.


Little Feat, la versión de Waiting for Columbus.
Creo que a veces presto demasiada poca atención a mis cacas (heces, cagadas, etc.). Creo firmemente que cagar (y las cacas) es una de las cosas más importantes, y también de las más placenteras, que hago y haré nunca en la vida. Sí que disfruto cagando, eso es innegable. Me gusta esperar hasta el último momento. Cuando veo que se me sale, corro hasta el váter y me dejo llevar.
Al principio paso apuros. Pongo algo de papel al fondo del inodoro para que el primer chorizo no me salpique los genitales. Y mientras lo hago, noto cómo los detritos recorren la última parte de mi intestino grueso. Cuando, a toda prisa, me bajo los pantalones y apoyo el culo en la rosca higiénica (llamemos así a la sub-tapa con agujero), siento cómo el frío de la rosca sube por mi columna vertebral e impacta directamente con todas mis terminales nerviosas. Sobre todo en invierno. Eso termina de abrir el esfínter. Una vez que me siento, no hay nada que hacer, más que esperar. Y refocilarse. Es el placer ideal. Está exento de moralidad. No se puede hacer nada por reprimirlo. Es inevitable. Es físico y pleno (si hay suerte).
Es probable que algún Padre de la Iglesia se haya planteado alguna vez la imposición de algún tipo de norma que capase el placer de la defecación y la micción (sobre todo si ocurre al mismo tiempo). Vomitar no está mal, pero me recuerda más a la muerte. Me provoca sensación de "final". De echarlo todo por la borda. Cagar, sin embargo, me une con la naturaleza, aunque sea tonto expresarlo. Noto expansión. O, mejor dicho, unión. Me uno, a través de mis deposiciones, a un todo existente. Ni siquiera los desagües pueden evitarlo. La ingeniería humana ha hecho posible que conserve todas esas sustancias hasta el momento en que decido tirar de la cadena. Son mías. Están ahí. Y si estoy en el campo, y he cavado un agujero, después puedo enterrarlas. Y siempre estarán ahí. Son como una muerte anticipada, dulce, Poco a poco, paso a formar parte del planeta. Muchos tuvieron que cagar antes que yo para que ello fuera posible, y les estoy agradecido.
Habitualmente, la cosa está hecha en diez o quince segundos. Algunas veces sudo después de la puesta. Una breve gota, que a veces se evapora antes de tocar el suelo. Después, espero. No me afano desesperadamente por hacer toda la compra en un sólo viaje. Cuanto más inopinado sea, mayor el placer. Ejercito el esfínter a base de bien. Es un placer tántrico (así se dice ahora). Hago tiempo hasta que, una vez más -en el mejor de los casos-, me veo obligado a ceder ante los ímpetus de mi organismo. Sí. Es como el segundo orgasmo siguiendo al primero. Quizá la intensidad sea menor, pero la sensación de abandono es igual o mayor. Flipo. Se me va la olla por unos instantes...
Decía que a veces me siento mal porque no valoro lo suficientemente el acto de la deposición. Porque tengo el íntimo convencimiento de que lo depuesto forma parte del acto mismo. Ahora despreciamos el olor. El mismo sentido del olfato, en algunas ocasiones. A diferencia del resto de los seres dotados de este sentido, de este don.
A veces echo por la borda una parte fundamental. Para vivir, tengo que oler. Y, sobre todo, para recordar. Y, sobre todo, mirar.
De pequeño me fascinaban los "chorizos". Cuanto más grandes, mejor.
Una de mis mayores ilusiones ha sido siempre la de poder atascar una taza del váter con una cagada gigante. Conozco gente que lo ha hecho. Y los admiro. No creo que sean superdotados. O sea, no creo que puedan hacerlo siempre que quieran. Si fuesen capaces, tendrían que estar encerrados en algún sitio, ¡por dios!
Cuando yo era pequeño, había varios tipos de cacas. Las más apreciadas eran los "chorizos". Cuanto más gordos y largos, mejor. Según lo que hubieras comido, podían ir acompañados de unos choricitos auxiliares, algunos similares a cagarrutas caprinas. Si el dolor del chorizo inicial era en cierto modo semejante al del parto, las cagarrutas eran terribles. Tenían que salir a través de unos músculos, unas pieles agotadas por el esfuerzo, exánimes por la intensidad del momento.
También teníamos "barros". No llegaban a la descomposición total (en cuyo caso se decía "gazpacho" o "arenas movedizas"). Según la densidad y la cantidad, variaban las denominaciones: pinos, catedrales, etc. Siempre partiendo de la base de que los flujos se amontonaban unos sobre otros...
Algunas veces me sorprendo echando cantidades ingentes de papel higiénico sobre la virgen, recién nata caca. Es como cubrir con una sábana al hijo parido. Es encantador, pero es que está algo sucio. Puaj. Es terrible. Tendría que estar agradecido. Un nuevo día me ha brindado la oportunidad de tomar café, mirar el correo electrónico... Y luego ignoro y desprecio lo más "real" que me ocurre a lo largo del día. Es repugnante. Si existe, debo pedir perdón a Dios por estos cortes de manga. Estas zancadillas que pongo a mi propia naturaleza (en el sentido orgánico). Cuando eyacule, le pondré una vela. Cuando cague, le daré las gracias para que siga cuidando de mí.

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