Cáspita, cáspita...

Desde hace más de un año, escucho los helicópteros al menos dos o tres veces al día. Sobre las 8. Sobre las 17. Sobre las 0:30. No hay aeródromos ni helipuertos cerca de casa. Ni están en guerra.
Hay varias teorías. La primera, es que ha aumentado la "seguridad" desde el atentado gordo (Madrid, nosequé fecha). La segunda, que yo escuché antes de la primera, es que el PP (actualmente partido en la oposición de este país, para los anales y para quien no lo sepa) intenta meter miedo en el cuerpo a los ciudadanos. Los que dicen esto suponen que los "miedosos" les votarán en busca de la protección que no les ofrece el otro partido, el PSOE.
La segunda teoría es muy interesante. No porque sea verdad, sino porque es posible, más real que la primera. Yo pensé una vez lo mismo. O sea, algo parecido. Con casi total seguridad, no fui el primero, ni nada parecido. Se me ocurrió, y aún me parece plausible, que la gente del "gobierno", o "con poder político", tiene ciertas herramientas muy poderosas en sus manos. No hablo sólo de la televisión, sino de las leyes, etc. El uso que la gente del poder hace de estos utensilios es más que evidente. Me da igual que sean de un partido o de otro. Es un manejo neto, rotundo. Tanto, que afirmarlo o negarlo carece de valor. El equivalente sería un señor gritando por las calles "¡las piedras están duras que te cagaaaaas!". Lo sabemos. Nadie le da importancia.
Gente con menos poder hace lo mismo, en su ámbito. También estamos hartos de escuchar noticias sobre empresas fantasma que estafan millones. De empresarios que hacen y deshacen contratos al margen de la ley (o escudados en ella), etc. Creo que los del último escándalo se llaman AFINSA (o algo así).
En muchos ámbitos se utiliza el modo de pensar "maquiavélico", retorcido, calculador. Y efectivo. Hablamos de cosas muy sencillas. Marketing de andar por casa. Preparar un curriculum falso para una entrevista de trabajo. Engañar a tu madre porque estás de resaca. Convencer al público de que el Planeta premia la calidad literaria.
Y luego nadie se cree (al menos, así se supone) lo que dicen los anuncios. Todos sabemos que los curriculum están hinchados. Tu madre te conoce mejor que nadie. Es evidente que el Planeta está amañado.
Lo que quiero decir es que una gran parte de nosotros nos empeñamos en creer lo que nos da la gana. Si tendemos a ser de izquierdas, nos empeñamos en que todo lo que viene de la derecha es malo como la quina. Si de derechas, que las ordas izquierdistas van a arruinarlo todo. Cuando somos hijos, creemos que podemos engañar a nuestros padres. Y cuando somos padres, que podemos engañar a nuestros hijos. O sea, que sabemos que todo es tan verdadero como falso. Todo es mentira y lo damos por cierto. Verídico, y lo damos por falso.
Llueve. Tormenta de verano, aunque estamos a principios de mayo.
Hay veces en que nos creemos las películas. Por lo que sea: nos hace gracia, nos ilusionan, nos interesan por motivos egoístas (sean cuales sean), nos sirven para "rellenar"... Incluso hay veces en que nos creemos las cosas de verdad. Pocas, creo yo, pero eso depende del carácter de cada uno.
He leído hace poco que la sublimación, en plan psicoanálisis, consiste en realizar un deseo a través de algo distinto del objeto de deseo. Lo que no me queda claro es si esto es bueno o no para el sujeto. Supongo que si el deseo se realiza, se "consuma", un método es tan válido como otro. Siempre y cuando no haya "efectos secundarios", claro está...
Pero si la sublimación tiene lugar inconscientemente, es algo terrible. Imaginemos que hemos hecho algo que no queríamos hacer en sí mismo, sino que lo hacíamos porque deseábamos algo que en ese momento desconocíamos. Por ejemplo, estoy en una asociación vecinal reivindicativa, porque intuyo que quiero hacer algo bueno, en general, y la sociedad está muy mal y patatín la pera. Y luego resulta que lo que quería era sentirme lo mejor posible conmigo mismo, porque la sociedad no me gusta ni un pelo. Y desde pequeño me han dicho que lo mejor que hay es ser una buena persona y que, por tanto, tengo que ayudar a los demás y no ser egoísta. Pero en el fondo los demás me importan un carajo. Yo quiero estar bien. A costa de ayudar a los demás, a costa de lo que sea. A costa de negarme a mí mismo. Como la cosa no funciona, la capa de barniz que me han dado mis padres y mis amigos de la infancia se desgasta. Se va a tomar por culo. Lo que vi en las películas de Spielberg se difumina. Lo que leí en los libros de Bécquer suena a chatarra. Llegó la hora de enfrentarme conmigo mismo. Punto de partida. ¿Por qué quiero sentirme bien a toda costa? ¿Qué es sentirse "bien"?
Si te ocurre a los dieciséis es correcto. Después de los treinta, duro. Me imagino. Yo tuve suerte. Pero conozco a los tardíos. Luego de la "iluminación" (la personal, de cada uno), hay que re-preguntarse de vez en cuando, si se quiere mantener viva la llamita que alumbra. También se puede optar por apagarla... ¡Que le den por culo a la llama!
En cualquier caso, la sublimación inconsciente es una putada. No es que haya que ser feliz en la vida, ni nada. Ni que la sublimación inconsciente cause la infelicidad automáticamente. Pero la conciencia de nosotros mismos, en (cuanto que) nuestro entorno, es algo que nos define. Y lo que define a un buen jugador.

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